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Subyacen en el relato, las causas de esa determinación: pobreza, marginalidad, falta de oportunidades, no futuro. Todo arrastra a la salida. Incluso los seres más amados. Se hace, pensando en ellos. En brindarles una vida más digna y humana. Y, por supuesto con la esperanza, de que hay otro sitio, otro país, donde se puedan realizar los sueños.
Así los emigrantes se arriesgan a todo: caer en manos de estafadores, de coyotes, de traficantes humanos, de miserables, que no tienen compasión alguna. A morir de hambre, sed, con la boca sangrante por las espinas de los cactus, o ahogados al cruzar un río. A morir de cansancio. Algunos de ellos, aferrados a las fotografías de sus seres queridos, cuyo amor no le alcanzó para sobrevivir. Y en la frontera, cazados como ratas o presos por las autoridades de inmigración. Sí son mujeres, pero aún: violaciones y prostitución forzada. En fin toda una odisea. Algunos logran sus metas y cumplen sus anhelos.
Ahora bien. Apartándonos de la literatura, de la belleza y música que ella nos brinda en la citada novela, la inmigración es un problema que nos golpea en la cara día a día. Hay muchos inmigrantes, en diferentes regiones del mundo y todos ellos padecen atrocidades en la búsqueda de una vida mejor: en Latinoamérica tenemos a los venezolanos, quienes son estigmatizados con frecuencia, cuando no deportados directamente por los países receptores y culpados del incremento de la criminalidad.
Millones de suramericanos y centroamericanos, en verdaderos ríos humanos tratando de llegar a Estados Unidos. A merced de toda suerte de tecnologías utilizadas para capturarlos y deportarlos. Separados de sus familias, dejando pequeños infantes a su suerte.
En este doloroso tema, el patán de Trump se lució: obligó a López Obrador a acordar el programa quédate en México, que acaba de ser revivido por la Corte Suprema de Estados Unidos, lo que constituye un golpazo en contra de políticas más humanas y de apertura, adoptada por Biden y los demócratas.
Sin embargo, no hay que perder de vista que el problema lo constituyen los inmigrantes pobres. Los ricos no tienen ningún inconveniente. El fenómeno es la aporofobia: aversión al pobre por el hecho de serlo.
En este caso, prevalecen más las lágrimas que las acuarelas. Doloroso.
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