La eterna reforma agraria

Camilo González Pacheco

En la Feria Internacional de Libro, - que actualmente se adelanta en Bogotá - disfrutamos de la oportunidad de escuchar al escritor español Santiago Posteguillo, a propósito de su obra Maldita Roma, la cual como él mismo lo ha dicho, trata esencialmente sobre el trascendental e inagotable tema del Poder.
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En la mencionada Conferencia,  encontramos grandes similitudes, con lo que sucede actualmente – casi veintiún siglos después -  y sobre todo por estos lares, en relación con éste importante asunto.

En especial, con temas que trascienden el tiempo y lugar, tales como lo costoso que resulta acceder a un cargo de elección popular; los acuerdos y pactos que hay que realizar incluso con opositores políticos para alcanzar la victoria; la defensa de intereses particulares; las estrategias a corto y largo plazo; los apretados pulsos dentro de las corporaciones legislativas para sacar adelante reformas que puedan beneficiar a la gente.

También la implementación de  estrategias dilatorias  y mezquinas, entre otras, hacer uso prolongado y baladí de la palabra. Disolver el quórum. Promover la distracción temática en los debates.

Valga la pena, citar un ejemplo concreto de lo similar que resultan estos asuntos políticos, con una reforma que no pierde históricamente vigencia: la reforma agraria. En aquellos lejanos años, impulsada por Pompeyo en procura de beneficiar a los veteranos de guerra y Julio César para favorecer a los más pobres de Roma, con la oposición de los senadores que consideraban que repartir tierras, era el principio del fin de la República Romana.

Aquella lejana e histórica Reforma Agraria, presentada al Senado el 1º.de enero del año 59 antes de Cristo, defendida brillantemente por Julio César, se fundamentó en ocho aspectos, - que nos resultan igualmente muy conocidos, aquí y ahora - entre los cuales sobresalen: el respeto por la propiedad privada, en cuanto solo se comprarían tierras para los veteranos de guerra y para los pobres de la ciudad de Roma a propietarios que estuvieran dispuestos a venderlas a un precio justo. Se respetaría las tierras ocupadas por los colonos; a  fin de evitar la acumulación, las parcelas así adquiridas, no podrían ponerse en venta en veinte años.

No obstante lo moderado del proyecto, un buen número de Senadores no estaban dispuestos a aprobarla. Entonces Catón echó mano de su táctica de hacer uso de la palabra todo el día, hasta caer la noche, sin detenerse nunca en su discurso, hasta que cansados y agotados, uno por uno de los senadores abandonara la sesión y no se pudiera hacer la votación.

Frente a un Senado bloqueado, Julio César convocó directamente a la Asamblea del Pueblo donde fue aprobada la reforma.

Es decir echo mano del constituyente primario. La historia  a veces, se repite, podría argumentar un anodino politólogo nacional.

 

Camilo A. González Pacheco

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