La historia de la violencia en Colombia sigue tomando otros rumbos, nosotros que nacimos en medio de las balas, sufrimos el dolor de las víctimas y si fuera poco llegamos al punto de cegarnos al naturalizar las masacres, las desapariciones y en el mayor de los casos la violencia misma. Ahora presenciamos un camino más fuerte en medio de las vicisitudes que ha traído consigo el proceso de paz entre el Estado y la guerrilla de las Farc.
Empecemos por reconocer el gran valor que constituye el “silencio de los fusiles” un gran paso que facilitó la negociación en medio de un cese al fuego entre ambas parte, la garantía de los veedores internacionales encargados de apaciguar los calores y revivir el frío de las conversaciones, pero lo más importante la esencia que constituyen la paz desde las regiones un elemento que puso a pensar la sociedad colombiana. Los diálogos que estamos presenciando y el desarme que ha sucedido, es el resultado de un proceso de larga duración que todavía continúa, y aunque algunos sectores radicales han buscado diversas estrategias para apaciguarlo sólo queda seguir el camino de la paz en la tierra del contradictorio macondo.
En efecto, fueron siete años donde el gobierno de Santos empezó por hacer contactos/acercamientos en secreto, se sabía que gran parte del imaginario en Colombia, no aceptaría de forma tajante algún tipo de conversación con la guerrilla de las Farc, pero como dice el dicho “las cosas no se dicen, se hacen por sí mismas” y así fue como se dio rumbo al último acontecimiento que estamos viviendo la dejación de armas y materializar otro punto del acuerdo por construir la paz que tanto merecemos esta generación.
Es necesario señalar que no es el mejor acuerdo de la historia y que sectores “poderosos” son los más grandes opositores, algunos habitantes de las grandes ciudades enceguecidos por la violencia y en su defecto la inconformidad que presencian comunidades indígenas, afros y minorías políticas frente a la implementación de los mismos, en particular el asunto de la “consulta previa” en materia política, económica, social, territorial son los retos que debemos seguir pensando para fortalecer nuestro momento histórico por y en la paz.
Sin embargo, no se puede dejar a un lado ciertos avances muy concretos que han resultado hasta el momento con la dejación de las armas por parte de la guerrilla de las Farc:
1) Está llegando a su fin la confrontación bélica que dejo más de 7 mil secuestrados, 6 mil soldados víctimas de minas antipersona, 2 mil muertes selectivas y como en todo escenario de conflicto armado, sueños descompuestos, tejidos familiares destruidos y sentimientos de venganza, odio, dolor y resentimiento que habita en los corazones y vidas de algunos colombianos.
2) “El pasado es de hierro y el futuro de arena” escribía William Ospina, ya no podemos hacer nada con lo sucedido sólo queda aprender de lo vivido, el camino continúa y tenemos la necesidad de asimilar el presente y por qué no, pensar en el futuro. Así pues, lo reiteran la guerrilla de las Farc al dejar 7.132 armas, es decir, una por combatiente, lo que significa la proporción de 1:1, un dato que en pocos procesos de paz ha sucedido, es el trasfondo de un compromiso político entre ambas partes sin dejar a un lado las caletas que faltan por localizar y contabilizar.
En últimas, el camino sigue por construir la paz desde abajo y con los de abajo, no se puede seguir pensado en un proceso que desconozca las regiones, sus necesidades, demandas y proyectos locales. Es el momento de dar el salto y decirle al centro del país, a las élites y a los grandes sectores económicos que desde la “periferia” se piensa, reflexiona y se proponen otros caminos para fortalecer este escenario de paz que vivimos, el cual no significa una necesidad o una opción sino una realidad, ya para atrás ni un paso, todo adelante por una Colombia en paz con justicia social y dignidad al servicio de los familias, las víctimas, las mujeres y los oprimidos de nuestros tiempos.
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