Hablemos de drogas: El Yagé, un tema que exige respeto

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Hace poco conversé con un amigo que ha tenido muchas experiencias con Yagé. Él es de los que se van para la selva y permanecen allí durante meses. La vez más reciente que lo hizo vino con deseos de hacer un alto en el camino, sin saber si parcial o permanente.

¿Qué tiene esta planta que es buscada por nacionales y extranjeros, que hoy día intentan sintetizarla en un laboratorio español y que recientemente ha aflorado su exotismo en las ciudades?

Supe que en Lima (Perú), por ejemplo, la están vendiendo envasada en botellas de media y la venden como si fuera un trago cualquiera en tiendas de algunos sectores de esta capital. Sé que en ciudades como Manizales, Bogotá, Medellín y Cali, constantemente se realizan sesiones en las que se toma Yagé, a las que las personas van, pagan cierta suma de dinero y asisten entonces a un espacio en el que un indígena hace las veces de moderador de la sesión.

El Yagé, o Ayahuasca, viene de dos raíces quechuas que le dan un sentido trascendental por el que se le conoce como “El Bejuco de los Ancestros”: Aya (Muerto, Difunto, Espíritu) y Huasca (Bejuco), porque justamente en alrededor de 70 tribus yageceras del alto Amazonas (Colombia, Ecuador, Bolivia, Perú y Brasil), la práctica de tomar Yagé se viene desarrollando desde la tradición ancestral; de hecho, su mundo ha sido totalmente construido e inspirado con base en las experiencias con esta planta a la que le atribuyen un carácter sagrado llamándola también “la planta maestra”.

Debe saberse que por un lado está la planta, pero por otro está el ritual, el contexto, ambos son uno solo; también que entre los indígenas, la persona que orienta esta práctica es generalmente el Chamán, alguien muy experimentado y con todo el conocimiento del caso, puesto que se trata de inducir con el Yagé -gracias a las visiones que produce- a un estado modificado de conciencia con propósitos de adivinación, diagnóstico y cura de enfermedades, o para entrar en contacto con el mundo espiritual.

Antes de tomarlo en las primeras veces, es un deber para ellos hacer una rigurosa dieta consumiendo sólo yuca o arroz, pescado sin grasa, nada de sal, ni azúcar, ni alcohol, en un asilamiento total en el que la persona entra en su propia psique y comienza un ejercicio reflexivo, de aprendizaje; sólo después de ello, podría participar del ritual.

Pero la occidentalización de esta práctica ha traído dificultades no sólo entre los consumidores primerizos -como fue mostrado recientemente en los medios de información-, sino entre las mismas comunidades indígenas: hace poco, en el Valle del Sibundoy, hubo preocupación frente al número cada vez mayor de indígenas que estaban saliendo a brindar Yagé en las ciudades: fueron identificados 97 indígenas de los cuales -se supo- solamente 17 estaban en condiciones de orientar este tipo de ceremonias.

Así es que para quienes gustan del exotismo de estas prácticas o de cualquiera otra en la que se esperen resultados -digamos- “alucinantes”, aconsejo informarse muy bien antes de tomar decisiones, puesto que se trata de abrir puertas espirituales y de reacciones de los organismos -diferentes en cada persona- que si no son bien manejadas pueden provocar crisis agudas y episodios psíquicos complicados.

No todo el que se viste de indígena realmente lo es ni todo el que es conoce a fondo lo que ofrece.

Credito
FEDERICO CÁRDENAS JIMÉNEZ

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