El tema del licor está muy arraigado en nuestras culturas, pero sigue siendo un tabú. A ninguno se nos ha educado en el tema de la ebriedad y lo peor es que debemos reconocer que la ebriedad ha sido un aspecto fundante de lo social y cultural en el ser humano. Bebemos sin saber ni qué es lo que bebemos ni por qué o para qué lo hacemos. Por eso me he dado a la tarea de revelar un poco ese mundo misterioso del licor, de compartir un conocimiento que será de mucha utilidad para todas y todos.
Aunque hablaré de todos y cada uno de los licores, decidí comenzar por el vino, una de las bebidas fermentadas más antiguas de las que se tiene conocimiento y de las que, a pesar de su masificación, sólo era consumida por la clase noble en la antigua Persia y Egipto, mientras que la cerveza era la bebida del pueblo en general. Fueron los fenicios, ubicados en medio de Egipto y la Mesopotamia, en todo el centro de lo que se conoce como la Media luna Fértil, los que se encargaron de llevar el vino en sus rutas de navegación hacia Grecia, Sicilia e Italia. Según nuevos descubrimientos, se dice incluso que en la China, por esta misma época, también se consumía vino en forma masiva.
A su llegada a Grecia, el vino fue asumido por los griegos como una bebida sin distinciones sociales para la que eran destinadas más de la mitad de las vasijas de las que se disponía en un hogar para el diario vivir. Los griegos pensaban que el vino era un regalo de Dionisio, por lo que era utilizado en rituales religiosos y en el comercio, como lo hacían los egipcios y los persas, pero también en la medicina: Hipócrates, el padre de la medicina, lo prescribió a todos sus pacientes defendiendo sus propiedades medicinales.
Uno de los principales aportes por parte de los griegos al cultivo y consumo del vino fue no solo masificarlo a la población en general sino mezclarlo con agua, con hierbas y especias vegetales para reducirle y disimularle su sabor a rancio, debido a que los persas y egipcios lo tomaban en forma pura.
Se tiene conocimiento de que alrededor del año 1000 a.C. ya los romanos habían hecho nuevos aportes al cultivo y almacenamiento del vino: tenían identificadas distintas variedades de uva, las características de su maduración, los tipos de enfermedades que las atacaban, así como habían mejorado las técnicas de cultivo a partir de la irrigación y fertilización. En su almacenamiento, reemplazaron las viejas vasijas de barro por barriles de madera y al descubrir que el aire era perjudicial para sus vinos, agregaron aceite de oliva a sus contenedores para protegerlo contra la oxidación, ya que el aceite quedaba en la superficie del líquido y servía de barrera protectora que lo alejaba del aire y lo mantenía fresco. Se dice que fueron los primeros en servir vino en recipientes de cristal.
En el siglo I d.C., cada habitante de Roma bebía medio litro de vino al día y su uso se expandió rápidamente hacia España, Alemania, Inglaterra y Francia, regiones que con el tiempo desarrollaron sus propios viñedos. Al caer el Imperio Romano en 476, las grandes regiones hoy vinícolas de Europa estaban para ese tiempo cubiertas de viñedos.
Luego de la caída del Imperio Romano, fue la expansión de la cristiandad durante el siglo IV lo que aseguró la supervivencia del vino en Europa. Monasterios y catedrales que surgieron a lo largo y ancho del continente se encargaron de incorporarlo nuevamente en los rituales religiosos y de acumular grandes terrenos vinícolas en las regiones francesas de Borgoña, Burdeos, Champagne, Valle de Loira y el Valle del Ródano.
Los monjes, quienes contaban con la educación, los recursos económicos y el tiempo, fueron quienes comenzaron a probar técnicas de cultivo y elaboración del vino, hasta cuando se convirtieron en algunos de los más importantes vinicultores de la Edad Media y dieron a Francia el estatus de región vinícola por excelencia.
Continúa …
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