Las expectativas que tienen los padres sobre los hijos no corresponden en nada con las expectativas que tienen los hijos sobre los padres, y esto está lejos de ser obvio.
Cuando se es padre de familia siempre se tiene miedo. Las drogas son uno de los temores más prominentes pues se asocian con el mismísimo infierno, con el lugar a donde no se quiere que lleguen nuestros hijos. Sobre esto hay mucho que decir, hay mucho que evaluar y mucho que corregir.
Como está motivado por el miedo, el padre de familia elabora un mensaje conductista cargado de pesimismo, matizado por la angustia e ilustrado por casos y ejemplos de la vida real familiar y social, con los que pretende influenciar a su hijo (a) respecto de nunca consumir drogas ¡ni por equivocación siquiera!
Pero el padre de familia no es consciente de algo esencial: por un lado, hablar con los hijos no se limita sólo a impartir una información con el propósito de provocar miedo, y por el otro, no tiene sentido hablar con ellos cuando ni siquiera se comparten tiempos ni espacios de manera frecuente… si es así, no pasa de ser sólo una intención.
¿Qué puede hacer un padre de familia? Se debe volver un observador participante y mudo del mundo juvenil de sus hijos, desescalar posiciones, diplomas, estatus y escuchar más que hablar, compartir más que ordenar, conocer más que enseñar.
Si yo como padre no tengo una intención real por conocer esa versión de mundo que los muchachos tienen en sus cabezas y que están construyendo a partir de su música, de su lenguaje, de sus diferentes estéticas, de sus círculos sociales, etc., las cosas no trascenderán a más que una simple intención. Olvídense pues que un muchacho va a tenerle confianza a una persona que llega por las noches a comer, a ver televisión, medio saluda y ya; o al contrario, a la persona que ni siquiera pregunta cómo le fue sino que de entrada comienza a alegar y alegar y alegar… ¡que pereza!
Observar más que hablar, disponerse a conocer, a que ellos enseñen sus verdades y, de manera natural, generar conversaciones neutras sobre temas varios de la cotidianidad propiciará una dinámica en la que la experiencia del padre y la moral aprendida y el deber ser y “todo eso” puede fluir y es revisado por todos, es discutido y es proyectado a la realidad actual generando así una reflexión importante y en otros casos, una marca vital.
Voy a proponer una analogía: si un estudiante está en sexto de bachillerato, por ejemplo, sus padres también están en sexto. Eso quiere decir que la horizontalidad jamás debe perderse en la perspectiva y que el acompañamiento tiene que darse en forma real y constante porque, se supone, los hijos son nuestra responsabilidad más seria en este mundo. Alguna vez un padre de familia me propuso que creáramos una fundación para ayudar a los muchachos y no sé qué cosas más… yo le respondí con la claridad que me han dado los años: aprecio mucho ese interés suyo por aportarle al mundo, todos debemos valorar eso, pero si realmente queremos hacerle un aporte invaluable al mundo, a la sociedad, entonces concentrémonos en nuestros hijos y hagamos de cada uno de ellos buenos seres humanos, comprometidos, con amor por la familia, con respeto por las otras personas, con ejemplo que los guíe, y cité a Fernando Savater cuando dijo “… seres humanos capaces de hacer buen uso del mundo”.
federic.cj@gmail.com
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