Notas de campo 15

Federico Cárdenas Jiménez

De observador a observado(Relato de mi encuentro con la droga en un entorno ritual)

…Preguntó a cada uno lo que iba sintiendo y cada respuesta fue diferente. Alguien dijo: “siento pánico” y comenzó a gritar estregándose la cara, halándose los pelos de la cabeza y mirándonos con furia… todos lo observamos inmutables, en calma, imperturbables. El chamán solo dijo “tome el control, usted es el que dirige la experiencia, usted es el piloto de su vida, cálmese, conozca su parte oscura, ilumínela” y tras un instante, se calmó. La verdad no sentí miedo por lo sucedido, pero sí cuando llegó mi turno.

Todos manifestaron algo de lo que estaban sintiendo y pensando. Yo observé y escuché a cada uno de los presentes en su interpelación y súbitamente, al parpadear una vez, vivencié un movimiento de mi presente a otro presente –en el mismo lugar pero en una posición diferente-, yo mismo me vi sentado desde otro ángulo de la sala, parpadeé nuevamente y regresé al primero. Caí en cuenta de lo que acababa de suceder y estoy seguro que expresé cierta preocupación en mi rostro porque el indígena inmediatamente volteó a mirarme quedándose en esa posición un instante largo tal vez a la espera de otra novedad. De fondo, alguien estaba diciendo algo sobre su experiencia con el bazuco y me interesó, traté de ponerle atención pero al parpadear sentí viajar otra vez y el chamán me preguntó: “Compañero, ¡cómo se siente!”, mi respuesta ralentada se desplazó a través de una voz que ya estaba muy gruesa por la sequedad de la boca y que la sentí vibrar fuertemente como un bajo dentro de una caja de resonancia: ¡estoy bien! y la acompañé expresivamente con mis manos y mis cejas.

El chamán sabía que algo estaba ocurriendo porque no dejaba de mirarme a la vez que observaba continuamente en frente mío, como si notara mi desdoblamiento. Este hombre sabe lo que me está pasando –pensé- y me asusté porque todo era muy raro. Entonces me invitó a hablar: “Díganos, compañero, ¡por qué usted se interesa en estos temas… por qué está aquí con nosotros!”. Respondí contando acerca de los trabajos de campo que había hecho hasta ese momento, la experiencia con pandillas, con comunidad de base, en entornos universitarios, con el movimiento canábico, con habitantes de calle… los detalles permitieron extenderme en cada anécdota, sin embargo, luego de parpadear caí en cuenta que estaba contando vivencias muy personales, de aquellas que no se cuentan a cualquiera; es decir -para que me entiendan- yo pensaba que estaba diciendo algo concreto y resultaba ser que las palabras eran otras y las ideas también… literalmente consideré que me habían dado algo semejante a una droga de la verdad porque parecía que alguien estaba hablando de mi vida sin mi permiso e instantáneamente me silencié… ¿por qué estaba diciendo tales cosas? -Me cuestioné- ¡qué le echaron a esta vaina!

No había justificación para estar contando a gente que no conocía cuestiones familiares e íntimas y mucho menos sin el liderazgo de la voluntad… ¡qué estaba ocurriendo! Me levanté del piso y fui al baño. No me caí, tampoco el espejo me dijo que algo estaba mal. Creí haber estado en el baño largo tiempo pero al regresar, habían transcurrido solo unos minutos. Sentado, tomé aguapanela y prendí un pielroja. La bocanada de humo creó cierta conciencia del respirar y entonces volví a ubicarme en la situación.

El indígena comenzó a preparar algo a lo que llamó murundú y me dijo: “Esto es para que pilotee, ¡ojo! acuérdese que usted es el que controla la experiencia”. Fumé tal cosa. Mientras lo hacía, sacó de su mochila un tambor hermoso, pequeño, muy delgado acompañado de una vaqueta proporcionada.

Comenzó a tocar sonidos secos y repetitivos que acompañaban un canto codificado y que hacía entre dientes. Pronto, el toque en el tambor se hizo más tardío, el canto monosilábico, fuerte y su mirada más envolvente. Perdí el sentido de grupo. Todo el enfoque había enmarcado una escena donde sólo aparecíamos el indígena y yo, el uno en frente del otro, iluminados como si una lámpara nos estuviera apuntando y alrededor todo oscuro, sin más personas.

El tambor alteró mi conciencia. Me pareció cada sonido como si fuera una gota de agua que caía y formaba una onda que me alcanzaba, entraba por mis oídos y recorría mi cuerpo avante y sigilosamente sumergiéndome. Mi mente ya no era un mar erizado, ahora era un simple y grandioso lago en calma, mis ojos se cerraron en un acto reflejo y ¡sentí la vida! (Continúa última entrega).

federic.cj@gmail.com

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