He llegado a un entorno en el que la especulación sobre las drogas es tan alta que el fenómeno de su consumo se ha convertido en un verdadero mito desde el que se han hecho apuestas poco asertivas para su abordaje y mucho menos para su comprensión.
Ojalá fuera éste un contexto que pudiera mirarse como diferente al de la sociedad, pero no es así. Este entorno es una muestra de ese universo que es la sociedad, aquí conviven todos los roles sociales, de todos los ángulos culturales y se entremezclan las problemáticas comunes y corrientes que se observan de lo social, lo político, lo cultural, lo económico, lo ambiental.
Lo que pasa aquí en relación con las drogas es lo mismo que sucede en la calle, en el parque, en el barrio, en la plaza, en el estadio, en el colegio o en la universidad. El consumo de drogas es un hecho pero envuelto en un manto de especulación en medio del cual se identifican tres miradas: una primera de corte prohibicionista, cuyo matiz ha sido, hasta el momento, el de querer perseguir el consumo, sancionarlo y eliminarlo de la cotidianidad -y que tiene que ver mucho con una mirada ideal de una sociedad normatizada, promediada, estandarizada y con mucha carga moral-; otra muy permisiva, cuyo interés se relaciona con el poder ser y hacer en cualquier lugar, en cualquier momento sin que nadie o nada se interponga –y que tiene que ver con la mirada romántica de una sociedad en la que una persona sea simplemente como quiera ser sin medirse en sus límites, en sus actuaciones, sin importar lo demás, ni su entorno-; y una última mirada, también ideal, en la que el ser humano vive bajo normas sociales, morales y éticas y además es libre desde el punto de vista de lo que la sociedad concibe como libertad y que se supone es una construcción social dentro de la cual el individuo se dinamiza.
La confrontación entre estas tres miradas es constante, desafiante y conflictiva. Sin embargo, ante la especulación y el conflicto, me pregunto ¿en qué consiste verdaderamente el consumo en este lugar?, es decir, ¿cuál es el contexto de este consumo, cuáles las razones que lo sustentan, quién es el consumidor y quién el que lo observa?
Al indagar por cada una de estas variables encuentro que no hay datos reales que permitan acercarme a responder estas preguntas, que incluso, cada una de las tres miradas no tiene construidas posiciones colectivas claras ni estructuradas frente al tema de discusión, que aquello que se juzga y se defiende se hace desde una espontaneidad, desde un impulso que representa una postura individual permeada por observaciones y vivencias de cada quien. El problema central al que apunta esta interpretación es que hay un deber ser de convivencia que ninguna de las tres miradas asume de una manera sensata, política y real.
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La especulación es tan alta que el fenómeno del consumo se ha convertido en un mito que pone velos al abordaje asertivo y que más vale pronto que tarde hay que quitarlos para ver realmente lo que sucede. Por eso pienso tanto en lo dicho alguna vez por Luis Carlos Restrepo que, en este caso, calza perfectamente como la llave en la cerradura: “las drogas son un espejo a través del cual se reflejan todas las contradicciones de nuestra cultura”.
federic.cj@gmail.com
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