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El régimen de propiedad de la tierra, impuesto bajo la férula del feudalismo, llevó a la criminal práctica del despojo y regó en el campo la semilla de la muerte y la pobreza. El sectarismo partidista infestó la política de abuso y corrupción, con acciones criminales de exterminio aplicadas a los adversarios. El narcotráfico llegó para generalizar la perversión a sangre y fuego. La guerrilla encontró los factores que alentaron todas sus formas de lucha y desplegó estrategias para impulsar una revolución que llevara al reconocimiento de los derechos negados al pueblo, pero con el tiempo la barbarie superó los ideales de justicia social.
A pesar de los acuerdos de paz logrados en buenos términos con el M-19 y las Farc y otros grupos de alzados en armas, más lo que se pactó con paramilitares, Colombia sigue asediada por la muerte, la extorsión, la desaparición forzada y otros desatinos de fuerza patrocinados inclusive con la venia de mandos oficiales.
Ante ese desastre ha predominado en cierta forma la indiferencia de los que han tenido el manejo de la nación. En el gobierno de Iván Duque poco se hizo por la implementación del acuerdo con las Farc y hasta los recursos destinados a la paz fueron destinados a gastos diferentes, sin medir los efectos negativos de la falta de cumplimiento de lo previsto para fortalecer la paz y evitar la repetición de las atrocidades propias del conflicto armado.
A todo eso se agrega la intención de algunos sectores políticos de utilizar la violencia en beneficio de sus particulares intereses. Prefieren que al gobierno le vaya mal para ellos alimentar sus causas excluyentes. Lo cual explica la cerrada oposición a las reformas de cambio.
Enhorabuena el gobierno del presidente Gustavo Petro y el Ejército de Liberación Nacional pactaron este viernes 9 de junio en La Habana (Cuba) un acuerdo de tregua bilateral, dándole participación a la sociedad civil en ese proceso.
Es de esperarse que se cumpla ese compromiso, como paso decisivo hacia la paz que tanto anhela el sufrido pueblo colombiano. Pero no se debe hacer abstracción de otros contenidos que serán fundamentales en la construcción de una paz perdurable. La paz requiere mucho más que el silenciamiento de las armas. El fortalecimiento de la democracia impone que se consoliden cambios de fondo que pongan fin a la pobreza, a la corrupción, al abuso de poder y a todos los manejos irregulares que atentan contra el desarrollo armónico de la sociedad.
También hay que poner al descubierto a quienes se oponen a la paz y alientan los coros de guerra, con violencia que victimiza al pueblo.
La causa de la paz es patrimonio que no se puede dejar mermar y en cuya defensa se debe participar en forma categórica, por encima de la mezquindad de quienes quieren seguir sacándole provecho a la violencia.
Ante el descalabro del exembajador Armando Benedetti, cabe recordar a Michel de Montaigne cuando piensa: “El hombre es cosa vana, variable y ondeante y es difícil establecer sobre él un juicio seguro”
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