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Desde el 14 de julio de 1789, con la revolución francesa, tanto las dictaduras como las democracias surgieron como las dos principales formas de gobierno del mundo, reemplazando poco a poco las monarquías, una de las formas tradicionales de gobierno extendidas hasta entonces. En un régimen dictatorial el líder del país se identifica con el título de dictador, aunque su título formal puede parecerse más a un presidente disfrazado de tal.
Los pasos para volverse dictador pueden ser varios o uno solo cuando se da el golpe militar, volviéndose un dictador por tener a las Fuerzas Armadas del país a su favor, o puede darse en varios pasos si no se tiene el apoyo de ellas. Comienza con debilitar a las fuerzas armadas, desprestigiándolas, debilitándolas sacando al retiro a sus mejores hombres o comprándoselas. Después va usurpando el poder judicial, tomando acciones que le competen solo a ese órgano de poder independiente, por ejemplo, liberando presos que le han sido útiles en algún momento para sus fines disfrazando su accionar con utopías como el perdón y una paz que en realidad no se consigue dejando a delincuentes por fuera de las cárceles, olvidándose de las víctimas, su familia y de la sociedad. Igualmente, poco a poco se va comprando el poder legislativo para que le aprueben todas sus reformas y después aprovechando su fuerte personalidad, suprime la libertad de prensa, de expresión y el discurso de las masas, para mantener una supremacía. La dictadura y las sociedades totalitarias generalmente emplean propaganda política para disminuir la influencia de los defensores de sistemas de gobierno alternativos o encarcelándolos. Esperemos que en Colombia no se esté perfilando algo parecido.
En Latinoamérica actualmente hay tres casos de régimen dictatorial, Nicaragua, Venezuela y Cuba. En el Perú el pasado 7 de diciembre el expresidente Castillo trató de dar un autogolpe de Estado disolviendo el parlamento, las fuerzas armadas peruanas lo evitaron y en Chile en el conflicto del presidente Allende con el poder judicial y el parlamento, el 11 de septiembre de 1973, el vicealmirante Merino evitó que se consolidara esa dictadura. Allende se había comprado el respaldo de los militares nombrando al comandante del Ejército, Carlos Prats, ministro de Defensa y posteriormente vicepresidente.
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