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El turismo está en ese trance. De industria mágica sin chimeneas e icónico generador de empleos formales de calidad, pasa en muchos sitios a depredador del silencio, consumidor sumo de sexo, alcohol, drogas, combustibles, sus derivados, agua y alimentos, contaminador visual y sonoro de escenarios naturales como playas y bosques, y amenaza para los patrimonios históricos y culturales del mundo.
Se señala a la huella de carbono de carros, aviones y barcos de pasajeros como de alto impacto, y se acusa a la infraestructura turística en sitios de belleza natural de chocar con los paisajes o iluminar y ensordecer el cielo nocturno afectando personas, fauna y flora.
El deseo de viajar y conocer cosas nuevas acompaña al ser humano. No de otra manera se explica la presencia del Homo Sapiens en todo el planeta, o el deseo de descubrir y colonizar desde los babilonios. Con la velocidad de las comunicaciones y los viajes, el turismo, viajar por placer, se ha convertido en una realidad humana. Al mejorar sus ingresos las sociedades quieren salir a ver el mundo en su tiempo libre. Eso produce apertura en quienes viajan y en quienes reciben a los viajeros. Aumenta conocimiento y respeto por las culturas ajenas. Mejora las perspectivas económicas de los países receptores, obliga al bilingüismo y a tratar bien a los semejantes.
En varios países la discusión está agria, incluso sacando ciudadanos a la calle, no exenta por supuesto del ingrediente político sectario o partidista sobre todo en lo que toca a las comunidades locales.
En España, los habitantes de Baleares y Cantabria están desde hace unas semanas saliendo a manifestaciones con lemas como “la isla es mía”, “no comparto mi agua”, “quiero silencio” o “no siempre es fiesta”. Para Mallorca, Menorca, Ibiza, Formentera y Cabrera el turismo representa el 50% del PIB y 200.000 empleos directos de no se generarían de otra manera. Pero sus 18 millones de turistas anuales, más de diez veces la población permanente, ponen presión sobre la tranquilidad, el servicio de basuras y saneamiento básico, las carreteras y parqueaderos y sobre la costosa generación de electricidad y agua potable. Cantabria grita: “no queremos ser la Ibiza del norte”. Barcelona ha limitado con policía el tamaño de los grupos guiados y el ruido nocturno.
Venecia ha recortado el ingreso de turistas y les ha puesto un gravamen, como la ha hecho la UE. México ha empezado a cobrar “tasa de saneamiento” en los sitios desérticos y en las playas. Ámsterdam pide a los visitantes regresarse “si viniste a parrandear” y quiere quitarse el mote de Ciudad del Pecado limitando horarios de bares y antros de drogas. Lanzarote y Bali están en la campaña de disuadir a los turistas “baratos” y limitar los caros. En Igual tónica se hallan los Himalayas en Bután, la costa amalfitana y algunas islas griegas.
Colombia recibirá 8.5 millones de visitantes este año. ¡Excelente noticia! En Medellín, San Andrés, Cartagena o en los Pueblos Patrimonio como Salamina, deben analizarse con rigor la seguridad y la calidad de esas visitas, perseguir el tráfico sexual infantil y adulto e impedir la especialización de sitios naturales y de comunidades residenciales en parrandas nocturnas. Habrá que revisar los aforos de los parques naturales, las playas y elevar la calidad de la infraestructura de saneamiento. Los planes de desarrollo deberán incluir la demanda de la población flotante.
Podemos ser una potencia mundial del turismo empático. O la alcantarilla que le va quedando al turismo depredador, en un mundo que lo mira con creciente recelo.
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