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Así que mientras nos bombardean con debates insulsos, publicidad falsa y afanes polarizadores de los candidatos presidenciales, más del 60% del Senado busca reelegirse, y cerca de 35 representantes a la Cámara se juegan cupos al Senado, lo que seguramente torpedeará la anhelada renovación de esa corporación. Cifra que sería mayor si las ambiciones presidenciales y la justicia no hubieran sacado de la contienda a unos cuantos.
De esa manera senadores como Fabio Amín, Guillermo García Realpe, Lidio García, Juan Samy Merheg y Felipe Lemos aspiran ser congresistas por cuarta vez; Miguel Amín y José David Name por quinta, y Efraín Cepeda por séptima vez, solo por citar algunos de los muchos que se consideran amos y señores de esas curules.
Cuánto del actual desprestigio del legislativo se debe a todos esos políticos que convertidos en profesionales del congreso se hacen reelegir una y otra vez es algo que no podemos saber, pero no se les puede negar su cuota de responsabilidad cuando en muchos casos los vemos repetir sin que jamás sepamos de su accionar o de sus iniciativas para cambiar las cosas que todos sabemos que andan mal.
Si ellos son o no de los que enmermelados votan una tras otra las iniciativas del gobierno de turno a cambio de prebendas o si los que llegan venderán aún peor su conciencia, tampoco es algo que sepamos claramente. Lo que sí sabemos es que necesitamos un legislativo comprometido con los problemas del país, capaz de leer los anhelos de una colectividad en permanente proceso de transformación. Una buena parte de la opinión colombiana está contra el accionar del Congreso que considera caro, malo y corrupto, opinión alimentada por los medios de comunicación y por un poder ejecutivo que en su afán de control absoluto le conviene la debilidad de las otras ramas del poder público.
Una justicia y un legislativo de bolsillo hacen las delicias de cualquier presidente pues le permiten actuar sin límite alguno como un viejo monarca medieval. Así se reforman constituciones para hacerse reelegir, para debilitar las cortes, para no tener objeciones del manejo del presupuesto, y lógicamente para no ser juzgados cuando violan la ley. El mayor peligro para nuestra democracia es que continúe la paulatina destrucción del Congreso y el creciente dominio de las cortes y los organismos de control por cuenta del ejecutivo.
Por eso hay que hacer el esfuerzo de ver más allá del espectáculo de los presidenciables que hoy ocupa la mayor parte de la atención de los medios. Ya tendrán su momento. Ahora todos debemos esforzarnos es por encontrar uno a uno a los congresistas que tendrán en sus manos la posibilidad de sacar adelante nuestro país o de enterrarlo otro poco.
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