El peso de la verdad

Darío Ortiz

Con la misma ingenuidad que hace poco más de treinta años grupos de jóvenes entusiastas promovimos la séptima papeleta buscando un cambio constitucional, que asegurara una mayor participación ciudadana en la vida nacional y el respeto por derechos fundamentales en un país que para entonces solo tenía privilegios para unos y deberes para otros; el gobierno de Santos y la guerrilla más vieja y numerosa de América Latina hicieron un acuerdo de paz poniendo por condición abrirse a la verdad de tantos años de conflicto, por difícil que esta resultase.
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Hoy, a menos de dos meses de la entrega del informe final de la Comisión creada para tal fin, se hace evidente que al menos una fracción del país negará todo lo que el informe pueda contener sobre ellos, pues develará, aunque sea en parte, cómo un sector de la nación ha utilizado desde hace décadas todas las formas de lucha para hacerse con el poder, mantenerlo, y destruir política, moral y físicamente a sus opositores, cerrando las posibilidades democráticas que creíamos abrir en el 91 apoyando un nuevo orden constitucional.  

Las leyes que en los años 20 prohibieron y estigmatizaron el movimiento obrero, y que se endurecieron con la prohibición del comunismo durante la dictadura de Rojas Pinilla, tras décadas de violencia partidista exacerbada por la policía chulavita, y que terminaron en la indecorosa repartija del poder entre liberales y conservadores; se ven como acciones inocentes ante los posteriores magnicidios de candidatos presidenciales y el demostrado exterminio de la Unión Patriótica, preludio del más sanguinario de los gobiernos de América Latina, con sus 9 millones de víctimas, y sus miles de falsos positivos. 

Años de ejecuciones sumarias, creación y financiación de grupos paramilitares que actuaban en contubernio con la fuerza pública, falsos positivos judiciales y una lucha sin cuartel contra todo lo que parecía contrario a la ideología dominante, y mientras se justificaban como defensores de la democracia, se robaban el ganado, las tierras de los desplazados, y se enriquecían a costa del erario público, del tráfico de influencias y del narcotráfico que decían combatir. Los que se apropiaron desde la política hasta los baldíos de la nación, mientras usaban al ejército como su fuerza de exterminio y propaganda, por supuesto que ahora negarán la verdad que todavía grita la sangre fresca de los muertos inocentes. 

De nada sirven constituciones nuevas, acuerdos de paz o comisiones de la verdad, mientras que los que se lucran de esos crímenes y los financian sigan en el poder, mandando en la registraduría, la fiscalía, la procuraduría o las cortes; haciendo política electoral desde la Presidencia de la República con dineros del estado, prevaricando con leyes evidentemente anticonstitucionales, permitiendo que aumente el narcotráfico y la violencia. A ellos que ganan todas las mociones de censura, comandantes invictos de batallas contra jóvenes desarmados, dudo que alguna vez los podamos derrotar con nuestro lánguido derecho al voto. Pero lo hará el hambre que han causado, el desempleo atroz, la desigualdad sin límite, el rastro de miseria que dejan, y la historia, que de manera despiadada los aplastará con el peso de la verdad que tanto temen. 



 

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Darío Ortíz

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