Cuando el péndulo de la política en América Latina tiende de nuevo hacia la derecha es pertinente indagar las causas de ese retroceso. Y, sobre todo, ante los problemas que siguen agobiando a los pueblos. Problemas crónicos de desigualdad, con afectación de los derechos y otras garantías relacionadas con la participación ciudadana en cuanto al manejo de los asuntos públicos.
El surgimiento de corrientes políticas contestatarias, opuestas a las elites tradicionales que han manejado hegemónicamente el poder, ha tenido expresiones esperanzadoras, pero no parecen ser suficientes en la construcción de una gobernabilidad sostenible. De pronto, procesos de cambio se quedan inconclusos o sobreviene la frustración con los consiguientes coletazos de confusión.
No todo lo que corresponde a ese movimiento que apunta a la sustitución de las caducas instituciones del Establecimiento arroja resultados negativos. El Gobierno de José Mojica en Uruguay es un buen ejemplo de austeridad, de pulcritud, de transparencia. Sus contenidos fueron la búsqueda de soluciones a las brechas acumuladas en el tiempo por la codicia de que tuvieron en el manejo del Estado, ejercido de espaldas al interés colectivo. Otros gobiernos también aportaron ejecutorias que se salvan.
Sin embargo, hay que tener voluntad de autocrítica para aceptar la realidad y buscar la enmienda en otros casos en que la izquierda en América Latina es víctima de las equivocaciones de quienes gobiernan en su nombre. Aquellos que son proclives a ejercer el poder a cualquier precio, aunque eso implique el sacrificio de la democracia.
Allí se platea una situación de quiebre de graves implicaciones. Porque es obrar igual que los contrarios, con el sesgo de una etiqueta de otro color.
Si quienes asumen el liderazgo de la izquierda no se distancian en forma efectiva de las fuerzas que abrevan en el oscurantismo y que en su repertorio de principios incluyen la intolerancia, la censura a la opinión contraria, la desigualdad, la sumisión, la intimidación, el menosprecio a las libertades, la corrupción, el abuso de poder, el culto narcisista a la personalidad, se genera una grave crisis de identidad. Lo cual puede estar ocurriendo, con grave daño para la democracia.
Hay necesidad entonces de tomar en cuenta esos desvíos y decidirse a parar semejante descarrilamiento. La izquierda debe ser expresión inequívoca de la democracia, con todas las garantías que encarna para la preservación de las libertades.
En las condiciones de América Latina hay que librar la lucha para que la democracia no sea una ficción. Debe estar en la cotidianidad de la vida de todos, para el fortalecimiento de la paz, la educación, la cultura, la justicia, la salud y cuanto contribuya a la alegría y el esplendor de la vida.
La izquierda no puede ser señal de desatinos, sino una corriente de fortalezas que la curen de la enfermedad infantil del populismo.
Puntada
Seguir sosteniendo los parámetros de la politiquería y de la corrupción es agravar los problemas que requieren de solución. Pero perece que algunos se resisten a actuar con honradez. Prefieren seguir en la escena del delito
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