El amor, por fin, de moda

Fuad Gonzalo Chacón

Semanas atrás, The New York Times reportaba sobre un particular fenómeno literario que viene manifestándose con fuerza en distintas ciudades de los Estados Unidos: el surgimiento, contado por decenas, de librerías especializadas en novelas de amor.
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El mismo género que históricamente ha sido vilipendiado como literatura de segundo nivel y al que se le ha encasillado despectivamente bajo la etiqueta de “novelas para señoritas”, de igual forma que lo hizo el cine en su momento con las llamadas “chick-flicks”, se ha sacudido los estereotipos de la industria y ahora viene a reclamar el lugar que por volumen de ventas le pertenece.

Y es que, a nivel global, las novelas de amor venden y venden mucho, lo que hace aún más paradójico el trato que reciben. Para entender la relevancia de este mercado sólo hay que hacer seguimiento a los números que registran los lanzamientos de algunas plumas hispanohablantes especializadas en este tipo de historias como Elisabet Benavent, Megan Maxmell o Blue Jeans o remitirse al listado de best-sellers de The New York Times para encontrarlo comandado durante múltiples semanas por textos de autoras consolidadas en el género como Sarah Maas o Colleen Hoover (cuyos libros, a propósito, debutan este mes como adaptaciones cinematográficas con “Romper el Círculo”). Así pues, en materia de rentabilidad, las novelas de amor son intrínsicamente una excelente decisión de negocio.

Pero más que ser la envidia de muchos autores que ya quisieran facturar cifras semejantes, a ojos de los literatos más puristas las novelas de amor continúan siendo meros folletines de color rosa plagados de esa cosa empalagosa que llaman sentimientos y, como el entretenimiento vano que son, no representan un desafío mayúsculo para ningún lector serio. Una subestimación gratuita que muy a la ligera desconoce grandes obras como “Orgullo y Prejuicio”, “El Amor en los Tiempos del Cólera” o “Travesuras de la Niña Mala”, que no por haber conseguido el reconocimiento internacional pueden renegar de su auténtica naturaleza como novela romántica, donde tanto el amor como el desamor se erigen cuales pilares centrales de su narración.

A pesar de ser indiscutible la existencia de novelas de amor tremendamente flojas, y de ser francamente sorprendente el prolífico ritmo de producción de algunas de ellas, estos no son males ajenos a otros géneros mucho más canónicos a los que sí se les manifiesta una mayor deferencia. Por lo que forzosamente tenemos que preguntarnos si el maltrato al que se ha sometido a estas no tiene que ver, al menos en parte, con el lector objetivo al que suelen ir dirigidas, siendo este las mujeres. Triste sería concluir que sólo porque cierto tipo de literatura tenga mayor acogida entre el público femenino, grupo poblacional que, por cierto, es el que más lee, la calidad de la misma sea puesta en tela de juicio. Sería el colmo de nuestro machismo cultural y un problema que valdría la pena hacernos mirar.

En cualquier caso, que el amor, por fin, esté de moda en las librerías es una gran noticia para todos y nada de qué sentirse avergonzados.

 

Fuad Gonzalo Chacón

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