El frío de Oslo

El proceso de paz que avanzó ayer en Hurdal en las afueras de Oslo, en su enredado itinerario de negociación, demostró que el camino por transitar no es de rosas sino largo, difícil, abrupto y culebrero.

El proceso de paz que avanzó  ayer en Hurdal en las afueras de Oslo, en su enredado itinerario de negociación, demostró que el camino por transitar no es de rosas sino largo, difícil, abrupto y culebrero. La primera y gran diferencia evidenciada, tratándose obvio de un diálogo entre dos actores radicalmente diferentes, estuvo centrada en el lenguaje,  por cuanto cada uno de ellos habla desde una posición distinta de observación, no tanto del mundo, la sociedad y el Estado, sino de la historia nacional y la realidad social y política colombiana. 

El gobierno con la serenidad y la prudencia de quién ostenta y ejerce el legítimo poder en el país y las Farc desde la orilla insurreccional que combate, ataca y lesiona a diario al Estado y la sociedad. La confrontación en este caso, no fue entre armas sino entre palabras propias de un determinado lenguaje, que al final denota la existencia de un conflicto, que se expresa en variadas instancias. El balance claro está del mencionado episodio, lesiona de entrada el optimismo de una gran franja de compatriotas, que esperaba gestos reales de concordia en el inicio de este complicado proceso, por cuanto permite vislumbrar un clima tenso de conversación cuando lo deseable hubiese sido registrar un fraternal abrazo entre las partes con un lenguaje armónico y común desde sus inicios. 

Sin embargo, el proceso de paz en sí, también conlleva un efecto real en el lenguaje de la ciudadanía en Colombia. Y, esto de entrada constituye un buen balance. Mientras el  Gobierno mantiene la prudencia en su lenguaje ajustado a la Constitución Política, y las  Farc conforme a su ley  conservan un lenguaje antiguo de beligerancia y confrontación, dentro de la ciudadanía con una visión optimista del proceso se habla ya con un incipiente pero renovado lenguaje de paz: posconflicto, inversión social, superación de la inequidad y la pobreza, reformas políticas… son hasta ahora tímidos términos que pueden convertirse en ejes esenciales de un nuevo lenguaje en una sociedad con paz duradera.

Quizás entonces, de lo que se trate al final para alcanzar la paz, lo constituya el armonizar y unificar, en lenguaje común, las aspiraciones concretas de justicia social para  las mayorías  en Colombia.  Y ese lenguaje, va más allá del beligerante de la subversión y mucho más adelante del lenguaje sereno de la institucionalidad. Ese sería el destino. Por ahora, lo importante es encontrar una forma de comunicación, no excluyente, que permita avanzar en conquista del objetivo estratégico. Ahí radica buena parte de la esperanza depositada en este trascendental proceso de paz para Colombia.

Credito
CAMILO A. GONZÁLEZ PACHECO

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