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Conocí a Alonso a comienzos de los años noventa. Teníamos sendos grupos de oración que terminamos fusionando en “La Red”, movimiento para eclesial fundado por John Shrock en Ohio, Estados Unidos, presidido en Colombia por Hans Peter Miller y traído a Ibagué por Julio Valderrama. ¿La visión?, dotar de Sabiduría a los hombres de negocios, indagando las bases éticas contenidas en el libro de los Proverbios. Invitamos a Ibagué conferencistas de Estados Unidos, Suiza, Perú, Australia, Chile, México, Venezuela, Argentina. Sentamos en una misma mesa arzobispos, pastores, generales, alcaldes, rectores de universidades, banqueros, grandes comerciantes. Llegamos a congregar a más de cien empresarios, que semanalmente meditaban sus decisiones a la luz de los principios bíblicos.
Para muchos es difícil comprender el fervor que despiertan los temas espirituales. Digámoslo de una vez: No se elige creer en Dios. Cada cual guarda en su corazón el testimonio de ese momento. A mí me fue presentado por mi madre. Pronto se convirtió en el amigo imaginario de un niño silencioso, retraído, solitario. Me acostumbré a las iniciativas y consejos de esa voz interior que proponía pactos breves que funcionaban. Vino la tormentosa adolescencia y la magia se difuminó. Alonso se cruzó en mi camino justo cuando dejaba atrás la juventud e iniciaba la edad adulta, con una esposa, una bebé y un nuevo cargo de enorme responsabilidad. Joseph Conrad en la novela “línea de sombra” narra admirablemente ese bautismo de fuego que madura al aprendiz, encalla al negligente y extravía al distraído. Un tiempo para templar el carácter, poner a prueba los valores que creía profesar y reencontrar la fuente de la paz en el hogar y la seguridad en los negocios.
Vivimos tiempos difíciles. El mundo ha sufrido un golpe letal con miles de empresas quebradas y millones de empleos destruidos. La peste arrasa con amigos, vecinos, parientes y clientes, dejando familias necesitadas de auxilios y apoyos oficiales.
Se repite que las crisis esconden magníficas oportunidades, pero conviene precisar que no consisten en venderle al Estado a sobre precio, sobornar para obtener licencias de lo que no se puede hacer, o acaparando los subsidios del pobre y el damnificado.
Codicia y corrupción deben ser enfrentados con decisión. Lo dijo Albert Einstein y lo practicó Alonso Botero: “La vida es muy peligrosa, no por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa”.
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