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Comencemos diciendo que el candidato Petro les tendió una tabla de salvación a algunos viudos de poder, cuyo clientelismo padecimos durante los 16 años de Uribe y Santos. Segundo: sectores esenciales, de calidad lamentable, como la Justicia, la educación y las prisiones, están bajo el control de sindicatos indiferentes al servicio y reaccionarios contra ciudadanos, usuarios y contribuyentes.
Tercero: sus planteamientos “disruptivos”, como aquel de eliminar la exploración de hidrocarburos en un país que cocina con gas y cuenta con reservas de apenas 6 años, no son otra cosa que el preludio de chambonadas catastróficas, mucho más graves que el improvisado cambio del modelo de aseo en Bogotá o la ruinosa gerencia de Fernando Sanclemente en Transmilenio (sí, el ex Aerocivil de Uribe y exembajador de Duque en Uruguay al que le encontraron laboratorios de coca en su finca de Cogua). Inimaginables sus nombramientos en las carteras de Hacienda, Minas y Energía, Defensa o la propia Cancillería, dada su dificultad para integrar equipos de gobierno.
De Federico Gutiérrez apenas sabemos que pasó de concejal a alcalde y ahora a candidato presidencial. Heredaría de Duque, su mentor, el peor orden público en veinte años. En este campo sus credenciales dejan mucho que desear. Gustavo Villegas, su secretario de Seguridad, fue sacado del cargo y condenado judicialmente por confesos vínculos con la mafia. En materia de infraestructura, se equivocó al no demandar a los responsables del desastre de Hidroituango, aduciendo que ello impediría el cobro de las pólizas. Las aseguradoras ya respondieron por US$1000 millones en siniestros. Y en materia de lucha contra la corrupción, lo empañan la descarada parcialidad a su favor de la aplastante maquinaria oficial y haber viajado a Barranquilla a buscar el aval del poderoso clan Char.
Digamos verdades sobre pensiones. Según el analista Aurelio Suarez, 200.000 docentes y 55.000 expolicías nos cuestan un 2,75 % del PIB. ¿Por qué razón un funcionario de apenas 40 años tiene que salir con una asignación vitalicia de retiro, por el simple hecho de no haber sido promovido a un rango superior? ¿Qué se opone a que siga laborando, como todo el mundo, hasta los 57 o 62 años en cargos administrativos o ajenos al orden público? Ambos candidatos han eludido el debate sobre los insostenibles regímenes especiales.
¿Tiene autoridad la derecha para garantizarnos seguridad? ¿Es creíble la lucha de la izquierda contra la corrupción? ¿Podemos confiarles el manejo de la economía, el futuro de nuestros hijos y el cuidado de nuestro territorio a este par de iluminados?
Entre tanto, Sergio Fajardo se limita a presentar la Coalición Centro Esperanza como el punto intermedio entre los polos arriba descritos. Sonriente y con el entrecejo no fruncido nos promete que va a remontar su mínima intención de voto contratando a un “mirús” norteamericano del marketing político.
Sinceramente, por el bien de Colombia, espero que alguien lo saque del modo “ni fu ni fa”.
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