Los cantos de sirena

Guillermo Pérez Flórez

Las élites políticas y empresariales deberían reflexionar con serenidad y sin dogmatismos sobre la situación que atravesamos. Esta no es la más crítica de la historia reciente, pero podría llegar a serla, pues están juntando peligrosos ingredientes para un cóctel explosivo. No es pesimismo, es realismo. Lo peor puede estar por venir. Hay mucha ira y resentimiento en las calles. Nos estamos acercando al abismo, en un proceso de demencia colectiva, en donde prevalece la emoción, no la razón.
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A la polarización de fuerzas políticas cada vez más antagónicas, podría sumarse una creciente polarización social de corte vertical: los de abajo contra los de arriba, y los de arriba contra los de abajo. El manejo gubernamental de la pandemia ha golpeado notablemente el colchón que amortiguaba este choque: la clase media. Históricamente, la esperanza de ascenso social de las franjas que la integran evitaba esa confrontación, sin embargo, hoy que ellas padecen los rigores de la crisis y se reconocen en franco descenso están cambiando de bando. “No hablo mal de los pobres porque de allá vengo. Ni hablo mal de los ricos porque para allá voy”, leí alguna vez en un cartel en una tienda. Ahora a las clases medias no les importa que hablen mal de los ricos, porque saben que como van las cosas ellas jamás lo serán. El espejismo del ascenso social se ha desvanecido, y como lo hemos dicho en otras oportunidades, más explosiva que la pobreza lo es el empobrecimiento. Muchos de los jóvenes que hoy están protestando sienten que no tienen absolutamente nada que perder.

Si esta crisis no se resuelve de manera satisfactoria, escuchando la calle, concertando los cambios, nos veremos abocados a esa ‘polarización social vertical’, que no es igual a la lucha de clases del marxismo leninismo, pues esta se encontraba dotada de un componente ideológico político. En la ‘polarización social vertical’ en curso, existe más emotividad que racionalidad. Es una especie de ‘muera Sansón con todos los filisteos’, una situación límite, como la denomina la psicología. Pensar que con limosnas como el ‘Ingreso Solidario’ (transferencias de ciento sesenta mil pesos) se podía contener esta debacle fue subestimar la crisis. El señor Carrasquilla, con su ortodoxia económica, con su arrogancia política, nos legó un voraz incendio social. Gracias. Siempre lo recordaremos, y no por ser un buen hijo de Colombia.

El Gobierno se deja seducir por quienes le aconsejan mano dura, escudándose dogmáticamente en no negociar mientras haya bloqueos. Craso error. La militarización es una equivocación, es como si no conocieran nuestra propia historia o no les importara repetirla. A comienzos de los años sesenta del siglo pasado, Álvaro Gómez pedía en el senado combatir las ‘repúblicas independientes’, el presidente Valencia compró la tesis, ordenó bombardear esos territorios, y aún padecemos los costos. Duque no negocia con quienes bloquean las vías, pero con el apoyo de Uribe busca negociar con el Eln, que completó 57 años en armas. Coherencia en estado puro. Aún estamos a tiempo de detener la hecatombe. Escuchar, dialogar, concertar. Ahí está la salvación, no en los cantos de sirena que endulzan los oídos haciéndonos pensar que negociar es una claudicación, y que la solución es militarizar más el país, como si no estuviésemos ante una situación extraordinaria.

GUILLERMO PÉREZ

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