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El balance podría ser mejor, por supuesto. Buena parte de lo pactado, aún se encuentra sin desarrollar. Con algo de indulgencia puede decirse, como lo afirma el quinto informe del Instituto Kroc –entidad encargada de monitorear el cumplimiento de los acuerdos– que la pandemia del Covid-19 “generó una grave crisis de salud en toda Colombia, y las restricciones impuestas por el gobierno para frenar la propagación del virus llevaron a que los procesos de consulta con las comunidades para avanzar en el acuerdo tuvieran que trasladarse a formatos virtuales”. Ahora bien, es indiscutible que no existen más progresos por falta de voluntad política del actual gobierno, y también -cómo no– por una especie de ‘desgano’ de la sociedad, producto de la pandemia y el confinamiento, así como por la incapacidad de las Farc para sintonizarse con el país y generar un nuevo clima político y social.
Tras cinco años queda meridianamente claro que no se les entregó el país a las Farc, como malintencionadamente lo pregonaba el uribismo. Comunes, el partido político surgido tras la paz es absolutamente marginal en la escena electoral. Las Farc, como proyecto insurreccional, no existen. ¿Y sus disidencias? Se mantienen, por la misma razón que se mantienen el Clan del Golfo, las bandas criminales o el Eln, por disfuncionalidad del Estado, por falta de control del territorio y por incapacidad de éste para generar desarrollo y oportunidades. Esa es la realidad real. Lo demás es carreta para la galería. En estos cinco años casi no se ha avanzado en la reforma rural integral pactada. En lo referente a los Planes de Desarrollo con Enfoque Territorial (Pdet) existen progresos, pero como bien lo subraya el Instituto Kroc, “…hay una significativa diferencia entre los fondos disponibles para la consolidación de la paz y lo que se necesita para cumplir con las metas establecidas en el Plan Marco de Implementación”. En otras palabras, falta plata. La Colombia profunda sigue esperando a que el Estado “llegue”. Algunas zonas continúan atrasadas, viviendo en el siglo XIX. El gobierno no ha sido capaz de copar los espacios dejados por la guerrilla ni de promover desarrollo.
Hay que retomar la senda de la paz y superar el paréntesis de la administración Duque. La tarea está a mitad de camino. En esto tiene que contribuir el Eln, su paradigma revolucionario se agotó. Es torpe persistir en un proyecto que no tiene futuro. Si lo hace, sus bases serán absorbidas por la criminalidad narco-minera, mucho más fuerte que hace cinco años. La paz es fundamental para que a Colombia no se la traguen la delincuencia y la corrupción. ¿Es mucho pedir?
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