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El asalto fue planificado durante meses. Armas de largo alcance, chalecos antibala, motocicletas, pistolas, red de apoyo y una sincronización con libreto y minutero, que dibujan lo que es una banda criminal organizada. La oportuna intervención de la Policía Metropolitana frustró parcialmente el asalto, dado que el botín conseguido no fue el que aspiraban y se capturaron once personas. Enhorabuena. Esto, sin embargo, no debe distraernos de la cuestión principal: el innegable avance del crimen organizado en todo el país, cuyo núcleo principal es sin duda el tráfico de narcóticos, sus estructuras se desdoblan para diversificar un amplio portafolio de actividades criminales. Quiero llamar la atención sobre esto porque considero que es ahí en donde debemos poner el ojo. La inseguridad no es un problema de percepción, como lo creen algunos funcionarios, es una realidad que amenaza con superar la capacidad de respuesta de los gobiernos municipales y de la Policía.
Nos referimos hoy al asalto de Medellín. Pero si por la capital de la montaña llueve, en Bogotá no escampa. Está literalmente sitiada por bandas y pandillas dedicadas al hurto de celulares, bicicletas, automotores, atracos a personas y residencias, que tienen acobardados a los ciudadanos. Los delincuentes son jóvenes que se movilizan en motos y vehículos, atracan a sus víctimas y huyen. Todo queda documentado gracias al enjambre de cámaras de video públicas y privadas que existe. La Fiscalía no da abasto, y tengo la percepción de que mientras no haya personas capturadas no investiga. Lo que está sucediendo es producto de la desatención del tema de la seguridad. Durante años nos hicieron creer que los problemas de inseguridad se reducían a uno solo: derrotar las guerrillas. En realidad éstas no eran (ni son) un problema sino el resultado de un conjunto de problemas políticos, sociales y económicos, complejos y profundos, nunca resueltos de manera satisfactoria. El asunto lo hemos tratado muchas veces. De momento regresemos a la capital de la montaña, ciudad que queremos y admiramos, por su pujanza, dinamismo y civismo.
El asalto a la comercializadora de oro fue perpetrado por una estructura profesional. Los sicarios de la época de Pablo Escobar eran unos aprendices. Violentos y sanguinarios, a más no poder. Sí. Pero sin las capacidades logísticas y operativas que vimos esa semana. Ante estas estructuras, el policía de barrio casi nada podrá hacer y los ciudadanos indefensos menos. Hay que repensar la seguridad, sin dejarse arrastrar por el turbión populista que basa todo en lo punitivo y represivo, o culpar a la migración venezolana. Propongo una ‘primera línea’ de trabajo: quitarle los jóvenes al hampa. Hay que ofrecerles algo más que desempleo, emigración, prostitución o delincuencia. Ahí está la clave.
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