La cosa va en serio

Guillermo Pérez Flórez

Las imágenes son apocalípticas. Ver a Bogotá cubierta por un manto de humo, con helicópteros militares sobrevolándola con tanques de agua, causa tristeza y honda preocupación, pero saber que tras algunos de estos incendios puede haber manos criminales produce desconcierto e indignación. Ojalá capturen a los responsables. Dicho esto, es preciso reflexionar sobre una realidad que no nos hemos tomado en serio: el cambio climático.
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El Panel intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) 2022 advirtió que estamos acercándonos al precipicio, al límite del calentamiento del planeta. “Los principales riesgos para América Central y del Sur son la falta de acceso al agua potable, efectos sanitarios graves (debido al aumento de las epidemias), la degradación de los ecosistemas de los arrecifes de coral (debido al blanqueamiento de los corales), sequías frecuentes y/o extremas que pondrán en peligro la seguridad alimentaria, y las inundaciones … la subida del nivel del mar, las mareas de tempestad y la erosión costera que puede generar daños severos a la vida y a medios de subsistencia”. Demoledor. 

Los científicos llevan años alertando, aun así falta conciencia ambiental entre la dirigencia política y los propios ciudadanos. Ahora bien, tengo la percepción de que muchas personas no prestan mayor atención al asunto porque creen que es muy poco lo que pueden hacer, y no hay tal. 

Para empezar, esto debe hacer parte fundamental de las agendas públicas y privadas. Se requiere mayor compromiso de los gobiernos, de las empresas y de los consumidores. Es imprescindible la adopción de planes que incluyan campañas de sensibilización en escuelas, colegios y universidades, empresas y hogares. Pues si bien existen factores naturales que contribuyen a que este se produzca, cada día es más evidente que la principal causa son las emisiones de los gases de efecto invernadero hacia la atmósfera, producto de la actividad humana. De allí la importancia de que cada persona adopte hábitos de consumo responsables y sostenibles, comenzando por el uso del agua, no la podemos seguir derrochando. 

El cambio climático produce desertificación y sequías, de manera que toda gota de agua cuenta. Bajar su consumo es prioritario. En casi todas las ciudades de Colombia se comete la irracionalidad de potabilizar agua para regar jardines, lavar andenes, carros y motos, o echarla por el inodoro. Absurdo. Se requiere mucha pedagogía, tanto en lo urbano como en lo rural. En las fincas es mucha el agua que se desperdicia. Quizás mientras el mensaje se asimila, la política más adecuada sea elevar drásticamente las tarifas, a partir de superar el mínimo vital para cada persona. Penalizar el derroche. En paralelo, por supuesto, es preciso adoptar políticas de gestión más exigentes. La superintendencia de servicios públicos tiene que apretar clavijas, pues es frecuente ver corrupción, politiquería e ineficiencia en las empresas que prestan este servicio. El control de pérdidas es pobre, hay que fortalecerlo.

Los incendios forestales tienen en jaque al país.  Según el Ideam son 977 los municipios en riesgo a consecuencia de las sequías y del fenómeno de “El Niño”. Que los árboles no nos impidan ver el bosque. Hay que saber de dónde viene la brisa. Esto es efecto del cambio climático, debe asumirse como una realidad, no hacerlo acarrea costos humanos, ambientales y económicos inmensos e irreversibles. Combatirlo tiene que ser una acción colectiva, todos podemos ayudar. La cosa va en serio.


 

GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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