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Según el Banco Mundial, para 2022, aproximadamente 712 millones de personas sobrevivían con menos de US$2,15 al día (9.582 pesos colombianos), lo que los técnicos denominan “pobreza extrema”. La mayoría vive en zonas de África y América Latina.
Colombia aporta a ese contingente, en cifras redondas, 17 millones de personas. Tengan presente estas cifras.
Quizás el nombre de Kathaleen McCormick no les diga nada. Es una jueza del Estado de Delaware (EE. UU.) que ha saltado a la escena mundial tras negarse a aprobar un bono por valor de US$101 millones al célebre Elon Musk, la persona más rica del planeta, concedido por la Junta de accionistas de Tesla, su empresa. Al margen de las consideraciones técnico-jurídicas de la jueza, el hecho nos permite dimensionar cómo se ha profundizado la brecha entre ricos y pobres. Después de la pandemia de Covid-19, la desigualdad de ingresos ha venido aumentando debido a los efectos del cambio climático y al crecimiento exponencial de la riqueza de unas pocas personas (el 0,15 % de la población mundial). Cada minuto que pasa, estas personas acumulan millones de dólares que ya no saben en qué gastarlos. Yusaku Maezawa, por ejemplo, un empresario japonés próximo a cumplir cincuenta años, se hizo mundialmente famoso porque, en 2021, pagó US$80 millones por un viaje de doce días al espacio. A su regreso, publicó vídeos en su cuenta de YouTube contando su experiencia. Dijo que no había sentido nada especial ni "espacial" y que, durante las mañanas que estuvo fuera de la Tierra, ni siquiera llegó a tener una erección. Hay excentricidades de todo tipo.
¿Es moral y éticamente aceptable que, mientras millones de personas se debaten entre la miseria y las enfermedades, una ínfima minoría gane billones de dólares gracias a un capitalismo altamente especulativo, sin reglas ni límites? Elon Musk dio apoyó financiero y propagandístico a Donald Trump y ahora tendrá un alto cargo en la Casa Blanca. Tras el triunfo de este último, su fortuna se incrementó en varios miles de millones de dólares, pues la cotización de sus empresas en bolsa se disparó. La pregunta es: ¿qué agregación de valor genera ese incremento? Ninguno, es únicamente especulación bursátil. Estamos viviendo la adoración del “becerro de oro”, de la que nos habla la Biblia en el Antiguo Testamento. Hacer dinero, sin importar los medios, se ha convertido en un fin que lo justifica todo. Es lo que podríamos denominar porno-capitalismo, un sistema que está destruyendo los valores sobre los cuales se edificó la civilización occidental, entre ellos la ética cristiana, basada en la dignidad, la ayuda al débil y al menesteroso. A cambio de ello, el odio a los pobres, o aporofobia, como lo denomina Adela Cortina, y una noción darwiniana de la sociedad: la selección natural de las especies, los más fuertes son quienes deben gobernar el mundo.
Este fenómeno también está destruyendo los cimientos del Estado moderno, basado en la existencia de un "demos" (pueblo) que legitima el poder. En su lugar, emergen superpoderes económicos que cooptan el poder político y lo someten. Así, los gobiernos se convierten en figuras solo decorativas. No es economía de mercado: es porno-capitalismo. No es democracia: es plutocracia. O, si lo prefieren, neofascismo. Entre tanto, 700 millones de seres humanos padecen hambre y los estragos del cambio climático.
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