La separación de las ramas del poder

Gustavo Galvis Arenas

En estos tiempos en que las Cortes “interpretan y legislan”, el Congreso “administra y ejecuta” según las instrucciones de los gobernantes, y el ejecutivo “investiga, juzga y condena” y hasta “legisla”, es oportuno recordar el origen del llamado “principio de la separación de poderes” que es la base de las democracias contemporáneas.
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La cultura romana influyó en nuestro idioma, en las artes, en la arquitectura y en muchas otras áreas de la vida contemporánea, como por ejemplo en nuestro concepto de “poder público”. Entre el año 752 y el 509 a.C., Roma estuvo gobernada por reyes etruscos que ejercían un poder absoluto, sin control de ninguna. En el 509 a.C. el hijo del rey Tarquino el Soberbio violó a la hija de un gobernador, lo cual llevó a su destitución y exilio, al fin de los reyes y a la fundación de la República romana como gobierno representativo, con un magistrado (el praetor) que ya no gobernaba a capricho y en beneficio propio, sino de acuerdo con las leyes escritas por el Senado Romano en interés general del pueblo (la principal de ellas, el código de las Doce Tablas escritas en el 449 a.C.) y que eran interpretadas y aplicadas por ocho jueces. La República trajo la separación de las ramas del poder público (la ejecutiva, la legislativa y la judicial) lo cual era más justo y equitativo que la monarquía.

Después de la República vino el Imperio Romano fundado por Augusto cuando derrotó a Marco Antonio (83-30 a.C.) y a Cleopatra (69-30 a.C.) en la batalla de Accio, y aunque se mantuvo el Senado, el emperador volvió a ser omnímodo y todopoderoso. Luego el Imperio Romano hizo crisis, vino la Edad Media y cuando finalizó ese periodo de dispersión del poder y de las organizaciones sociales, políticas y jurídicas, propio de la estructura feudal, vinieron en Europa los principales desarrollos de la separación de poderes con Jean Bodin, Hobbes, John Locke, Montesquieu con el Espíritu de las Leyes (1748) y tantos otros.

En los actuales tiempos de confusión hay que recordar la importancia de la separación de las ramas del poder público del Estado, que es el principio fundamental del ejercicio del poder político en las democracias, en cuanto condiciona y constitucionaliza la organización del propio Estado. La historia ha demostrado que la concentración del poder, termina causando profundas distorsiones en las sociedades. Cuando una sociedad establece las bases del ordenamiento jurídico, limitando el poder mediante su distribución en diversas ramas y órganos, con funciones bien y claramente delimitadas, se consolida un Estado en el que los ciudadanos pueden vivir en libertad.


 

Gustavo Galvis Arenas

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