Inconsistencias y malas ideas

Sorprendió hace una semana el ministro de Hacienda cuando hizo el anuncio por radio de que el Gobierno se comprometería a no dejar bajar la tasa de cambio de $1,800 por dólar.

Me pregunté cómo tendría planeado hacerlo, y qué dirían sus colegas de la junta directiva del Banco de la República, porque sería deseable que el peso superara esa barrera. Pero no volvió a repetirlo y no sucedió nada más.

El Banco de la Republica sigue comprando unos montos que no le hacen mella a la tasa de cambio, y no se les ve intención al gobierno o al banco central de hacer congruentes sus políticas con mayor competitividad en la tasa de cambio.


En El Espectador del 20 de enero pasado hizo Armando Montenegro una sucinta revisión de lo que hay que hacer para hacer sostenible una tasa de cambio más competitiva, a lo que ni el banco ni el gobierno parecen haberle prestado atención.


Anuncian que se va a hacer algo, pero sigue la tasa de cambio en niveles incompatibles con un desarrollo exportador de bienes de mayor valor agregado y el peso ubicado en un área que no es la de la moneda de su principal socio comercial.


Como el personaje del comercial de Davivienda, el peso colombiano se halla en el lugar equivocado, alejándose de la moneda que le brinda el mayor mercado.


La política de tasa de cambio no corresponde a los objetivos de desarrollo industrial y de las exportaciones de productos manufacturados, ni estimula el desarrollo agropecuario y de la agroindustria, que en el caso colombiano ofrece oportunidades aun inexplotadas para acelerar el crecimiento, generar nuevos puestos de trabajo y mayor riqueza.


A pesar de ello, no hay una discusión seria y abierta de este problema ni se vislumbra una solución. El manejo de la tasa de cambio en nuestro país siempre ha sido misterioso y su discusión sigue siendo tabú.


Teniendo en cuenta los graves problemas que está causando en el sector productivo y la aparente impotencia de las autoridades para aliviarlos es indispensable abrir el debate y cuestionar lo que se está haciendo, con la esperanza de que surjan soluciones.


No se ha hecho tampoco un esfuerzo notorio por ganar mayor mercado en los países del área euro, a donde deberían estar llegando las mercancías que han perdido competitividad en los Estados Unidos por la revaluación del peso frente al dólar, y en donde existen nuevas oportunidades que brinda el flamante tratado de libre comercio con Europa.


A esto, y a un desarrollo exportador sostenible no contribuye el nuevo brote proteccionista que está impulsando el sector de confecciones y textiles, que parece haberse despertado de un largo sueño para protagonizar primero un escándalo y ahora otro lamentable episodio en la historia del proteccionismo, uno de los factores que más ha pesado para impedir el auge de la industria y de las exportaciones.


En Colombia no evolucionaron industrias que deberían haberlo hecho después de la apertura comercial porque sucesivos gobiernos han encontrado formas de protegerlas y mantenerlas vivas artificialmente.


En lugar de transformarse como lo hizo Nokia en su momento y recientemente IBM, que ayer sorprendió al mundo con un descubrimiento farmacéutico, Fabricato sigue produciendo telas caras y este mes es uno de los más locuaces beneficiarios de un sobrecosto para el consumidor de por lo menos 40 por ciento que se le ha impuesto a los bluyines (y es mucho mayor para prendas más livianas).


En Colombia abundan las malas porque lamentablemente aquí las premian.

Credito
RUDOLF HOMMES

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