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Como dicen en mi pueblo, "el que no oye consejo, no llega a viejo", y por eso mismo es que el burro le dijo al dueño, después de ver al presidente Petrus sentado en la palabra durante el consejo de ministros (y hasta haciendo carrizo), le metimos un ultimátum más serio que una página de contar votos en la Registraduría: o buscaba ayuda psiquiátrica o cantábamos como un dúo de música popular en diciembre.
No es por nada, pero el hombre se aculilló más rápido que político en época de elecciones. Y ahí mismo, como buenos samaritanos del Pacto Histérico, se llamó a la Nueva EPS. ¡Válgame Dios! Nos salieron con que la cita más próxima era para agosto del 2026, y un amigo me dijo que ni con la reforma que echaron para atrás esto pensaba mejorar que desastre es la realidad colombiana.
Por fortuna, la dotora Torcho, que de tanto tramitar citas médicas ya debería tener post-doctorado en el asunto, nos consiguió cupo con el dotor Simón de Jesús Froi, psiquiatra y sobador de la EPS con especialidad en chismofilia al estilo del Indio Amazónico pero de naturaleza bogotana. Una joya de la medicina ancestral con consultorio en una maloca de la Caracas que olía más a palo santo que cocina de abuela en Navidad.
El dotor Froi, más elegante que billete de cien dólares, apenas le echó los ojos encima a los del presidente (más brotados que yuca en cosecha), supo que estaba frente a un caso más complicado que reforma tributaria en año electoral. "Al diván", ordenó con la autoridad de quien ha visto más traumas que noticiero nacional.
Pero ahí empezó el show. El president no podía recostarse ni, aunque le hubieran prometido que Santos devolvería el Nobel. Después de tanto bregar, fue la guevonadita quien comentó lleven a Furibe de una vez a la famosa universidad pública la Picota. Luego como estamos más distorsionados que los intento de gobernar de un grupo de inexpertos en gerenciar, salió con el comentario sabio solo dan los años y el aguardiente, descubrió el problema: la espada de Bolívar en el pantalón. ¡Ni el Libertador se hubiera imaginado semejante uso para su sable!
"Cuénteme sus neurosis, excelencia", dijo el siquiatra mientras servía un café más negro que el futuro del dólar. Y ahí fue Troya. El presidente, temblando más que reforma pensional en el Congreso, soltó la bomba: "Doctor, se me aparece Papá Pitufo diciéndome que es mi proceso 8.000 , lo peor es que así me apodaron en mi chamba Papá Notas".
Lo que siguió fue una confesión más enredada que madeja de lana en pata de gato. Que si un vendedor azul en el Sanandresito, que si un maletín con 500 palos traído por un catalán, que si un video que terminó en Cannes (donde seguro tiene más chances de ganar que las que tiene el gobierno de bajar la inflación).
Y para rematar, el presidente sacó a colación que al alcalde Chares, se le aparece el oso Yogui. ¡Lo que nos faltaba! Una coalición entre Papá Pitufo, Papá Notas y el oso que se compra en Dollar City. Si esto sigue así, próximamente tendremos a todos los personajes de Hanna-Barbera en el gabinete de la casa de don Separio el revueltero de la esquina de mi barrio.
Nota al margen: Como en toda historia colombiana que se respete, este relato incluye más carteles que festival de cine: el de Cali o del Medellín (que fue tan generoso con Samperin como con Pastranon), el de Odebrecht (que le dio su bendición a Santico), y el del Ñeñe (que apadrinó a un tal Duque). De Furibe no se menciona cartel, dicen las malas lenguas que porque, como buen paisa, hizo las cosas tan bien que ni el CTI encuentra el rastro.
Y mientras el país se debate entre ser el próximo Dubai o el próximo comprador de apartamentos sobre planos en Gaza, nuestro president escogió el camino más transitado de la política criolla: cambió la mística del Pacto Histérico por la estrategia de Benedettis. Como dicen en mi pueblo: "Más sabe el diablo por político que por diablo y nos jodió el caminado a todos".
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