PUBLICIDAD
En medio del intercambio de opiniones, de repente, alguien lanza "Bueno, sí, la clave es la educación”. Es la salida diplomática por excelencia, una tregua cómoda en la que todos tendemos a asentir, ¿cómo estar en desacuerdo en defender el derecho que fue una de las conquistas más grandes del siglo XX?.
Sin embargo, creo que los consensos fáciles son a veces enemigos de las reflexiones profundas. Hemos llegado a reducir la educación a un eslogan, pero si no cuestionamos tres cosas fundamentales: qué se enseña, cómo se enseña y para qué se enseña, estamos dejando en la superficie un debate que debería ser el centro de cualquier sociedad que aspire a la libertad. Y acá propongo una breve reflexión sobre esas tres preguntas:
En primer lugar, la educación no es un concepto neutro. Como bien advertía María Montessori: "La educación debe permitir al niño tomar conciencia de sí mismo y construir su libertad". Esta frase contiene un poderoso recordatorio: educar no es adoctrinar ni imponer, sino formar individuos capaces de decidir por sí mismos, con las herramientas para discernir entre la verdad y la manipulación.
Segundo, a lo largo de la historia, hemos visto cómo la educación ha sido utilizada tanto como un vehículo de liberación como un mecanismo de opresión. Pensemos en los regímenes totalitarios del siglo XX: Hitler, Stalin y Mao entendieron que la educación no es solo un medio para transmitir conocimiento, sino una herramienta para controlar mentes. En sus manos, el sistema educativo fue diseñado para adoctrinar, eliminar el pensamiento crítico y perpetuar su poder. La educación debe ser un acto de confianza en la capacidad individual de razonar, cuestionar y decidir. En un mundo cada vez más complejo, el valor de enseñar a pensar, en lugar de solo enseñar a obedecer, no puede subestimarse.
Finalmente, quizá la más importante: ¿para qué enseñamos?. El potencial de la educación se despliega plenamente cuando está acompañado de contextos que permiten a los individuos actuar con autonomía, tanto en el ámbito personal como económico. Esto nos lleva a reflexionar sobre las condiciones que permiten que esa libertad florezca. Encontramos en muchos países altos niveles de educación, pero bajos índices de libertad. Corea del Norte, por ejemplo, tiene una población altamente educada, con tasas de alfabetización cercanas al 100%. Sin embargo, la falta de libertad personal y económica ha asfixiado el desarrollo individual y colectivo. Por el contrario, países como Singapur o Estonia que combinan educación de calidad con altos niveles de libertad económica y personal, han sido modelos de crecimiento sostenido. Hoy en Colombia 47% de los estudiantes de educación superior desertan y se encuentran también los jóvenes con un desempleo juvenil del 17%.
Freire decía que "la educación no cambia el mundo; cambia a las personas que van a cambiar el mundo". Y eso solo es posible en una educación donde se premie la autonomía, tanto en el pensamiento crítico como en la capacidad de emprender, innovar y decidir sobre el propio destino. Porque sin libertad, en estas dos vías toda educación es inútil. No caigamos en la trampa de creer que, al ponernos de acuerdo sobre la importancia de la educación, hemos resuelto algo. Por el contrario, este año, los invito a preguntarnos y debatir: ¿qué tipo de educación necesitamos para formar a individuos libres? ¿Qué ideas y modelo debemos defender para que la educación tenga sentido?
Comentarios