Brujería y satanismo, otro tipo de violencia

libardo Vargas Celemin

La desaparición del niño Maximiliano Tabares Cano en el municipio Remedios en Antioquia, el pasado 21 de septiembre y el desarrollo de las investigaciones han sacado de nuevo a la luz pública, unas prácticas salvajes, propias de la Edad Media, que hoy perviven en nuestras comunidades y cuyas víctimas casi siempre son los niños sometidos a cruentas torturas, en busca de alcanzar la ayuda sobrenatural para propósitos macabros. En el caso de Maximiliano, de solo cinco años, su propia madre confesó que el rito se realizó para dar con el lugar donde existía una posible guaca. Después habló, más con ingenuidad que con cinismo, que el niño estaba en un “socavón de oro”.
PUBLICIDAD

 

Complejas son las causas de estas actuaciones que se remontan a miles de años. Dicen los estudiosos que pueblos como los griegos y romanos practicaron la brujería, pero en el siglo XIII hubo un uso generalizado de la misma, inclusive fue objeto de estudios y de publicaciones, donde se daban instrucciones para su aplicación. La iglesia católica ante el avance de sectas creó el Santo Oficio de la Inquisición y condenó a decenas de mujeres a la hoguera, acusadas de infieles, muchas de ellas inocentes. Sin embargo, dice el profesor de Historia Michael Barley, de la Universidad de Iowa que: “La gente común, (…) no realizó los ritos descritos en los libros. Recogían hierbas, preparaban pociones y quizás recitaban un breve hechizo, como habían hecho durante generaciones enteras. Lo hacían por diferentes razones, una de ellas para dañar a alguien que no les gustara”.

En nuestra época de niños la formación infantil estuvo marcada por la pedagogía del miedo. La tradición oral con los cuentos de nuestros padres y abuelos nos hicieron crecer medrosos y en las noches de oscuridad profunda, cada golpe en las tejas de zinc eran los pasos de las brujas que nos perseguían. Las pesadillas hicieron parte de nuestros sueños y nos insistieron que, no solo nuestras almas estaban en peligro, sino también la vida. Esta acostumbre quedó arraigada, sobre todo en la población rural, en departamentos como Antioquia, sin querer decir con ello que en otras zonas no se acostumbrara lo mismo. Hoy la opinión pública se lamenta, lo hará mientras dure el eco de la noticia y el gobierno, aun no tiene respuesta sobre políticas para erradicar estas conductas que algunos defienden, como parte de la biodiversidad cultural.

La existencia de sectas satánicas debe ser perseguida por las autoridades y denunciadas por la comunidad, sin caer en el terreno de la “cacería de brujas”, como a veces sucede.

Evitar que se sigan utilizando seres humanos para sacrificios de este tipo, es un imperativo de todos, léase bien, de todos.

¡Hagamos región y apoyemos lo nuestro!

Lo invitamos a seguir leyendo aquí 

https://digital.elnuevodia.com.co/library

LIBARDO VARGAS CELEMÍN

Comentarios