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En teoría, se trata de un mecanismo para dar voz a una minoría, asegurar el equilibrio democrático y vigilar los recursos públicos.
Sin embargo, en la práctica, esta promesa de contrapeso no se está cumpliendo en La Guajira. Lo que estamos viendo es un “efecto cobija”, donde, en general, la oposición ha terminado “arropada” por el mismo manto del poder. Es una burla a los votantes que creyeron en ellos, una falta a sus compromisos electorales y una traición a la esencia de la democracia. Asumieron el rol de opositores de la boca para afuera, pero están alineados con el gobierno de la boca para adentro.
Durante la campaña, muchos candidatos a diputados y concejales se vendieron como férreos opositores del gobernador y de los alcaldes que resultaron elegidos. Hicieron promesas de vigilancia, de transparencia y de resistencia contra cualquier intento de mal manejo de los recursos, y la gente les creyó con la esperanza de que fuera una verdadera alternativa a las estructuras del poder tradicional. Sin embargo, apenas pasaron las elecciones, terminaron alineados con los intereses de los gobiernos departamental y municipales. Engañaron a los electores.
En general, lo que se observa es que han decidido dejar de lado su rol de vigilancia para convertirse en una especie de “apoyo silencioso” a la administración. Es una verdadera crisis de representatividad y un desgaste de la confianza pública en quienes, en teoría, deben ser críticos para equilibrar el poder.
Cualquier ciudadano puede notar que no hay confrontación, ni disidencia, ni tampoco una oposición leal y constructiva. Todo lo contrario: lo que hay es un grupo que se diluye y se mezcla con los mismos que deben controlar.
Aquí es donde la falta de independencia ideológica y de valores termina traicionando la naturaleza de estos cargos. Los diputados y concejales de oposición parecen estar cumpliendo su mandato como una formalidad; solo asisten a las sesiones para que les paguen los honorarios. No responde a sus electores, sino a sus necesidades personales y a los intereses del poder de turno. Esto significa que seguimos bajo el yugo de un sistema sin fiscalización, que le da carta blanca al gobierno para tomar decisiones sin temor a ser cuestionado.
Si los candidatos de la oposición terminan siendo absorbidos por los intereses del poder, el ciudadano se queda sin representación y sin alternativas viables; la democracia pierde sentido, y la posibilidad de un cambio real está cada vez más lejana.
Sin que haya un poder que vigile y cuestione, los gobiernos departamental y municipales quedan libres para actuar con opacidad y, en algunos casos, promoviendo la corrupción. Cuando la oposición es borrada, las consecuencias son asumidas por la sociedad.
En regiones como La Guajira, donde el atraso y la pobreza persisten a niveles vergonzantes, la falta de fiscalización solo empeora las condiciones de vida de la gente. Esto se convierte en una trampa sin salida, donde la falta de oposición ayuda a que se mantenga las mismas condiciones que han mantenido a la región sumida en la desigualdad y la precariedad.
La ciudadanía debe tomar un rol más activo para exigir a los políticos que cumplan con sus promesas. Así mismo, los medios de comunicación deben jugar un papel crucial en denunciar toda clase de irregularidades y en cuestionar el comportamiento de los diputados y concejales que prometieron ser oposición, y dejar de ser la caja de resonancia del gobernador y los alcaldes, porque su deber primordial es criticar, cuestionar y censurar para ser la voz de los que no tienen voz.
El poder no puede tener la forma de una gran cobija que arrope a todos, dejando al ciudadano sin representación y a la democracia sin fundamento. Por eso, hay que promover una reforma política que establezca mecanismos de oposición claros y precisos, y que también brinde herramientas efectivas para que el rol de contrapeso se cumpla, evitando que los opositores formales terminen comprados por el poder.
Y como dijo el filósofo de La Junta: "Se las dejo ahí...”
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