"El síndrome de Hubris"

Manuel José Álvarez Didyme

Hasta hoy nadie se ha detenido a estudiar los efectos psicológicos producidos en los combatientes de los diferentes bandos de los cincuenta o más años de violencia que ha vivido el país, pese a que muchos de tales contendientes han pasado de la trinchera, a la política y de allí a la administración pública a ocupar puestos de dirigencia y comando, en cuanto ilusamente se ha creído que tienen la formación como líderes idóneos, con suficiente sanidad mental y una total capacidad para desempeñarse.
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De esta forma, a falta de una cuidadosa valoración psiquiátrica de quienes luego de permanecer y egresar de la contienda e incorporarse a la llamada “vida civil”, ha bastado que al efecto el egresado de filas procure un cupo en alguno de los partidos políticos en vigencia y que allí su prédica sea aceptada para que, una vez incorporado a través de su actividad proselitista, arribe a la posición que pretenda, sin importar que ésta sea la que sea.

Así el animoso pretendiente luego de advertir que “esto es lo mío” y asumir entonces un llamativo discurso y luego de mostrar en su “currícula” haber tomado las armas “para salvar  al país al haber hecho parte de uno de los muchos grupos guerrilleros” y avivado por el oportunismo, ascenderá con prontitud a ocupar cargos de poder, aprovechando su condición de nuevo y distinguido miembro del naciente partido, en donde ahora habla con altisonante tono discursivo, en la certeza que jamás tendrá que llegar a enfrentar un juicio por el camino criminal que antes transitó. 

Y ya encajado en aquel ilegal grupo, en tanto en cuanto su carácter arrogante, soberbio y su ego desmedido lo proyecta, pues tal como enseña la psicología, el“Síndrome de Hubris” (el término hubris, de origen griego, significa orgullo o arrogancia), es propio de aquellos que padecen tal trastorno psicopatológico caracterizado por generar a quien lo padece, -generalmente líderes y de desbordada retórica, con fantasías de omnipotencia y grandeza derivadas de su narcisista personalidad-, un ego desmedido, un sentido desproporcionado de si mismo y un total desprecio por las opiniones y necesidades ajenas, al punto que llevan a quienes lo tienen, a sentirse capacitados para realizar las más excepcionales tareas dado que creen saberlo todo, ser salvadores únicos e irremplazables que tienen que controlar y dominar, y que de ellos se pueden esperar las más grandes realizaciones, todo lo cual los conduce muchas veces a creer en complots ocultos bajo las críticas que se les hacen, y lo que es más, a transgredir lo ético y hasta lo legal. 

De esta forma, los afectados por tal síndrome una vez encumbrados en posiciones de dirigencia y comando poco o nada se puede hacer para limitarlos, -democráticamente hablando-, puesto que cuanto se hubiere podido hacer para lograrlo no se hizo en el momento oportuno o sea el de inicio de su populista carrera o su elección.

Así que no valen lastimeras quejas luego, como suele suceder cuando son los demás quienes deciden por nosotros, o sea cuando “ya pa´qué”, puesto que aquellos ya elegidos, instalados y en pleno ejercicio de su inmoderado y desbordado uso, lo están desempeñando de manera ineficiente e improvisada, luego de haber advertido, “… que todo lo van a cambiar”: (de malas).


Y dado que gobernar es un proceso harto complejo, que demanda conocimiento, experiencia e idónea capacidad intelectual y técnica, no solo en quien lo lidera, sino en quienes lo acompañan y asesoran, y como lo develan su incompetencia, ineficacia e incapacidad para hacerlo, casi sin excepción, en cuanto acostumbrados como estaban en destruir y de manera violenta o sin ella, en nombre de su arcaica concepción del poder y desconociendo el camino andado y el crecimiento económico logrado por sus compatriotas, chambonean a más no decir.  

Manuel José Álvarez Didyme

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