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Tras haber alcanzado llegar a la presidencia – todo parece indicar que con maniobras tramposas, que le quitan toda legitimidad – el señor Petro ha confirmado no solamente que no merece ser presidente de Colombia, sino que no tiene la aptitud para serlo; y lo hace día a día, cada vez que actúa en público, en Colombia y fuera de Colombia, con sus truculencias, sus desafueros, sus mentiras, sus arrebatos megalómanos, sus amenazas veladas contra quien no comulgue con los proyectos alucinados de su desvarío político, sus deshilvanadas arengas de calle o de balcón, su empecinamiento en sacar adelante, a como dé lugar, “reformas” que no son tales sino intentos de destruir lo poco bueno que el país ha logrado en muchos años .
En un lúcido artículo, Alfredo Rangel calificaba el viernes 9 de este mes el gobierno de Petro como un “cambio en reversa”; José Alvear Sanín habla del “espectáculo nauseabundo” del actual gobierno; y por su parte el doctor Diego José Tobón afirma, para expresar el ominoso abismo hacia el que vamos rodando: “se hunde el Titanic”; el doctor Bernardo Henao afirma : “el país se encuentra atónito ante tantos hechos escandalosos y ante las reacciones del principal responsable”; el doctor Álvaro Ramírez González escribe: “Este país va como un barco a la deriva”; y Juan Carlos Camacho Castellanos: “Se va derrumbando poco a poco este país, que necesitaba un nuevo rumbo, no una nueva rumba”… Estas apreciaciones de pensadores y analistas connotados trazan el cuadro de lo que los colombianos estamos sintiendo: ¡vamos muy mal!
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