Veinticuatro años después de su magnicidio, al evocar su nombre, nos damos cuenta que Luis Carlos Galán no es un recuerdo: su presencia es viva y todas sus ideas son vigentes. Por su coherencia personal y profesional fue un verdadero atractivo humano y por el dominio único sobre el entorno, su portentosa voz y gran dicción es la impronta de lo que representa un verdadero líder. De ahí que su trabajo y su pensamiento siempre han merecido la admiración tanto de jóvenes como de los mayores y la aprensión de sus enemigos.
Todos los afectos hacia él fueron ganados a pulso, con constancia e inteligencia: en su juventud se destacó por ser un estudiante de excelencia y con solo 27 años de edad fue Ministro de Educación, legó desde allí extraordinarias realizaciones y patentizó desde el Congreso su oratoria, y como embajador en Roma imprimió un sello particular al cumplimiento de las misiones que le fueron encomendadas. Demostró, además, desde edad muy temprana sus particulares condiciones para el magisterio y la cátedra.
Siendo Senador de la República y político activo fundó el movimiento Nuevo Liberalismo: una nueva alternativa política dentro del partido liberal y en su actuación parlamentaria inventarió el brillante debate sobre las minas de El Cerrejón. Todo este esfuerzo lo forjó, diseñó y pulsó aún a riesgo de su propia vida.
El 6 de julio de 1989, cuando el país vivía uno de los períodos más críticos de la violencia causada por el narcotráfico, la deslegitimación del Estado y la indolencia de la sociedad, el liberalismo unido lanzó la candidatura presidencial de Galán ¡El seguro triunfador! Pero el 18 de agosto de 1989 en plena actividad política fue asesinado.
Dos hechos significativos para la historia de Colombia deben destacarse después de la muerte de Luis Carlos Galán: la entrega de sus banderas, por parte de su hijo Juan Manuel, al doctor César Gaviria quien se venía desempeñando como su jefe de campaña, y la Constitución de 1991, el mayor tributo que se ha hecho a su memoria, y ante éste último hecho cabe destacar a su portentoso contribuyente, el doctor Fernando Carrillo Flórez, quien gestó la séptima papeleta demostrando la imposibilidad de poner límites al poder constituyente primario (el pueblo) cuando hay un anhelo que los una.
Se trae a colación este episodio, para descollar la soberanía del pueblo colombiano que no tuvo límites al convocar la gesta reivindicativa de la memoria de Luis Carlos Galán, su consagración política, su ideario y su sacrificio.
Las mayores causas que forjaron su lucha y lo llevaron a la muerte: corrupción, clientelismo y narcotráfico siguen imperantes porque no ha habido quien retome su ideario o, al menos, en su actuar político imprima igual carácter y talante.
No dejemos de lado el ejemplo de Luis Carlos Galán, el ejemplo de una vida. Es hora de romper la desidia y el silencio con que nosotros sus legatarios nos hemos dispersado; retomemos su dechado como una constante. Ese es el adeudo ante la vigencia de sus ideas.
Veinticuatro años después de su magnicidio, al evocar su nombre, nos damos cuenta que Luis Carlos Galán no es un recuerdo: su presencia es viva y todas sus ideas son vigentes.
Credito
ROSMERY MARTÍNEZ ROSALES Representante a la Cámara
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