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El convencimiento de Alfonso Reyes de que la situación de penuria en que vive la mayoría de los colombianos es la causa principal de la criminalidad, lo hizo asumir actitudes claramente antagónicas frente al sistema penal, en el campo de la judicatura y de la ciencia. Sostenía por ejemplo que el “agudo desequilibrio profundiza los antagonismos de clase y genera explicables reacciones de inconformidad y de violencia del sector desposeído y explotado hacia el sector que detenta el dominio de los medios de producción: reclamaciones laborales, mítines callejeros, huelgas a las cuales se responde con intransigencia patronal, declaración de ilegalidad y represión jurídica y de hecho, con resultados previsibles en el ámbito de la criminalidad y de la conducta desviada en general”(1984).
Le preocupaban igualmente al profesor tolimense los delitos de los poderosos, a quienes identificaba como “caballeros de la industria, el comercio o las finanzas”, de los que estudió la evasión tributaria, las manipulaciones en la bolsa de valores para absorber pequeñas o medianas empresas, el dumping de productos farmacéuticos; denunció así mismo la criminalidad de las multinacionales que explotan recursos naturales de países subdesarrollados como el nuestro. En fin, en su corta pero fructífera existencia alcanzó a denunciar desde la Criminología situaciones que se vivían en décadas pasadas pero que parecen dichas para la actualidad –difícil de resumir en una columna-, como, en sus propias palabras, “el status socioeconómico o sociopolítico del criminal de cuello blanco… preocupado por aparecer como un ciudadano ejemplar y por eso defensor a ultranza de la legalidad que garantiza el orden público necesario para acrecentar su poder… por eso se convierte en filántropo, pero su patriotismo va hasta donde sea compatible con su enriquecimiento…”, etc. (Criminología 1984).
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