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Es un paso más allá, un nivel superior el del “homo faber” ya que este convirtió la “techne” en una aspiración del ser humano, pues está ligada estrictamente a la necesidad del hombre, decía Jonas.
Hoy pareciera haber evolucionado esa “techne” del “homo faber” a un simple estímulo casi ilimitado de nuestra especie. Un permanente progresar que se sobrepasa a sí mismo todos los días hacia objetivos más grandes, que busca como único propósito lograr máxima posesión sobre las cosas, los objetos y las personas, como si esa fuera la única manera de realizar su destino.
La tecnología ha ocupado un único lugar preponderante en lo que se denomina los fines subjetivos del hombre; es decir, en sus búsquedas a todo nivel. Hay una excesiva acumulación creativa tecnológica por el mundo artificial que se ha ido creando en rededor y para sí mismo el ser humano. Y lo que se crea obliga a que se invente algo más para que se conserve dicha creación, que se le va volviendo una exigencia sin fin. Le va dando al hombre un excesivo poder por el prestigio logrado con dichas creaciones tecnológicas, sobrepasando todo aquello perteneciente a lo plenamente humano. “El hombre es ahora cada vez más el productor de aquello que él ha producido, el hacedor de aquello que él puede hacer y, sobre todo, el preparador de aquello que en breve él será capaz de hacer”, señala con agudeza Jonas en ‘El Principio de la Responsabilidad’.
Precisamente, ese enorme poder tecnológico que se ha alcanzado hoy pocas veces se tiene en cuenta, se discute o se hace evidente para analizar y entenderlo críticamente, dados los riesgos implícitos que representa para la subsistencia de la especie humana, las demás creaturas vivientes y este planeta. Obviamos y cerramos los ojos frente a lo que deberían ser nuevos imperativos de discusión y de responsabilidad, ya no frente a espacio contemporáneo determinado, sino ante el futuro y horizonte indeterminados de la tecnología para con toda acción humana individual o colectiva.
Dicho esto, si en cualquier momento no tenemos certeza, uso, conocimiento o aplicación cierta de ese avance tecnológico y no está atado a la realidad que percibe el ciudadano de a pie, los públicos expertos o los conocedores del tema, se puede caer, por falta de ese enlace con la situación diaria de las personas en sus territorios, en enormes improvisaciones que en el corto plazo generarán decepciones que afectarán el desarrollo social y político. Ni que hablar desde lo ético o moral. Ese es un enorme riesgo al apostar desde los gobiernos y los liderazgos públicos por lo tecnológico desde la forma y el titular y no desde el fondo con inversiones puntuales y amplios recursos disponibles para avanzar, que respalden con realidades ese mensaje. Creo que en Colombia nos está pasando eso, con contadas excepciones territoriales.
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