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Vimos a un Presidente extremadamente autista, que vive en su propia realidad, que desconoce la circundante, así como evade los hechos, las situaciones críticas que lo rodean y que menguan su credibilidad y lo más importante: atentan contra la vida económica y democrática de la nación. Que usa frases prefabricadas y de cajón como que asume la responsabilidad política por los continuos casos de corrupción en que se ha visto envuelto su mandato desde hace dos años y en la campaña presidencial misma, pero que no toma decisiones de fondo en concordancia con ello, como renunciar o pedir las renuncias a quienes en ellos se han visto íntimamente involucrados, de ministros para abajo; personajes que llegaron al cargo con su beneplácito, bendición, apoyo incondicional y cercanía. Es decir, sin ruborizarse se pone al mismo bajo nivel de acción real frente a la corrupción que sus antecesores Duque, Santos y Uribe.
Pero tan bien vimos a una oposición bien pequeñita, enanita en moral e ideas, al recurrir a ataques personales al mandatario sin centrarse en asuntos de fondo como las ejecuciones e inversión pública en su mandato, el deterioro evidente en el orden público y la seguridad, las matanzas que continúan y su falta de precisión en hacia donde va a conducir al país en esa materia y en la recuperación económica que se necesita hoy.
Mientras nuestro mandatario nacional sigue en su idea absurda e irreal de querer presentarse como un mecías al que quieren martirizar, al que supuestamente no lo dejan hacer y a todo se le oponen. Pero se olvida que tiene todas las herramientas legales, presupuestales y ejecutivas a su servicio y lo que debe hacer es trabajar para usarlas en los tiempos y formas establecidas, y si quiere cambiarlas debe tomar el camino perentorio para ello y no pensar que Colombia y el mundo deben “ajustarse” a sus afanes, hipótesis y teorías de querer hacer las cosas a su antojo y capricho. Él mismo se ha dedicado a socavar todo aquello por lo que fue elegido democráticamente, le creyeron y respaldaron en las urnas: lucha contra la corrupción, implementación de los acuerdos de paz, cuidar la vida de lideres sociales y hacer crecer sectores de la economía para generar empleo. Su excesiva elocubración, dedicarse a la pensadera, la teoría, la ideas en abstracto, la retórica excesiva y a impulsar una lucha de clases entre supuestos ricos y clase media malos y pobres y desvalidos buenos, le ha quitado buena parte de sus energías y le ha robado el tiempo para dedicarse a gobernar con acciones, hechos y soluciones.
Mientras, la oposición se dedicó a pedir y señalar a Petro lo que poco o nunca hicieron como frenar y enfrentar la corrupción en los gobiernos pasados, de los que fueron socios y partícipes, de dejar las inversiones para sectores sociales y regiones apartadas del país como última prioridad y como un relleno presupuestal en la nación, buscar todas las trabas administrativas y legales posibles para no poner en marcha lo logrado en los acuerdos de paz, mantener privilegios excesivos para ciertas empresas, multinacionales y altos salarios del Estado. Hicieron gala de una conveniente memoria selectiva frente a las embarradas y escándalos de Uribe, Santos y Duque.
Como se nota, lo que vimos en el Congreso ayer en esa instalación oficial de nuevas sesiones fue lo mismo de siempre, unos sectores políticos incapaces de asumir -no de reconocer- sus propias culpas, fracasos, inoperancia y falta de efectividad al mando del Estado. Excesiva búsqueda de culpas en el otro, miserableza personal cómplice de un lado y del otro, incluso mutismos absolutos, pobreza intelectual y mucha basura conceptual para afrontar los retos que tiene la nación. El espectáculo de ayer, muestra la realidad que vive Colombia hoy: Presidente y gobierno autista, oposición mezquina y liliputense.
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