Entre la globalización, la política y la desinformación se ha vuelto costumbre habitual comparar entre sucesos y hechos incomparables. Ejemplo claro es el del brexit inglés con el triunfo del No en el plebiscito colombiano o estos dos resultados con la victoria de Trump a la presidencia americana. Una comparación que habla de oscurantismo, de derecha, fuerzas oscuras, ignorancia electoral etc. Pero nada tienen en común estos acontecimientos ni definen de igual manera el futuro, más allá de demostrar lo equivocadas que pueden ser las encuestas electorales o los adivinos y cómo son los avatares de la política. Pero adivinos, visionarios y encuestadores se han equivocado infinidad de veces y la marea electoral varía permanentemente.
La nueva comparación es el pedido de extradición para que él exministro Andrés Felipe Arias regrese a pagar su condena de 17 años de cárcel con la posición de los acuerdos de paz que permitirían que los condenados líderes de las Farc vayan al Congreso sin pagar cárcel. Una comparación que en boca de muchos es la demostración de que el gobierno de Santos premia a los hampones y persigue a los angelitos. Afirmación que se repite en el caso de Zuluaga y el ‘hácker’ Sepulveda.
Pero aquí también son hechos incomparables. Muchos de los líderes de las Farc tienen numerosas condenas en su contra por diferentes crímenes actuando en contra de la ley y del Estado colombiano. El señor Andrés Felipe Arias, a quien tanto defienden sus amigos y posibles socios, ha sido condenado también por las mismas leyes colombianas que violó, no contra el Estado, sino desde las más altas esferas del mismo. Las condenas de las Farc de pronto no se cumplen por un pacto político que pretende acabar con cinco décadas de lucha armada revolucionaria que ha dejado millones de victimas, el señor Arias es simplemente un prófugo de la justicia que escapó porque no quiere cumplir su merecida condena por desfalcar el erario público.
No se trata de elegir entre cuál es menos malo, como sugiere la comparación, porque no son hechos iguales, sino de entender precisamente las diferencias.
El caso Arias es uno más que demuestra la flagrante corrupción de nuestra casta política que no considera que sea un cimen robar al erario, utilizar el poder y las fuerzas del Estado para su beneficio personal, asignar contratos a los amigos que apoyan las campañas, espiar a la oposición con las fuerzas de seguridad, promover leyes para enriquecerse, engañar a la Dian en toneladas de millones de pesos o dar ordenes que lleven a los militares a atentar contra la población civil para producir miles de falsos positivos.
Quienes pretenden comparar los crímenes de Farc con el caso Arias olvidan que precisamente lo que toda la podredumbre que éste último representa, entre corrupción e impunidad, es el verdadero caldo de cultivo del que germinan las protestas sociales, el surgimiento de nuevos grupos armados y todas las revoluciones.
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