A innovar se dijo, pero también a evolucionar, porque el futuro no está en buscar un empleo tradicional, sino en la oportunidad de crearlos. ¿Y el Estado? En sintonía para permitirlo.
Bastante preocupación nos genera el hecho de vivir y convivir en una sociedad cuyos problemas económicos y sociales desbordan la capacidad de reacción del Estado en la mayoría de los casos. Sin embargo, acostumbrados tal vez a la misma dinámica de los mercados, recurrimos día a día también a las mismas fuentes de empleo que muy poco, en pleno siglo XXI, aseguran el bienestar individual de quien lo “sufre”. Los procesos sociales, políticos y económicos están en constante evolución. Basta con mirar cómo las nuevas tecnologías tienen la capacidad de modificar drásticamente los mercados y la forma como tradicionalmente nos desenvolvemos en las relaciones cotidianas.
Según Piketty, la desigualdad expresa una contradicción lógica fundamental: el empresario tiende inevitablemente a transformarse en rentista y a dominar cada vez más a quienes solo tienen su trabajo. Una vez constituido el capital, éste se reproduce solo, más rápidamente de lo que crece la producción.
El hecho de que el capital produzca ingresos, estrictamente nada tiene que ver con un problema de competencia imperfecta o de situación de monopolio, sino todo lo contrario. A partir del momento en que el capital tiene un papel útil en el proceso de producción, es natural que obtenga un rendimiento.
Es aquí donde la llamada cuarta revolución industrial tiene un papel preponderante en la economía nacional y por qué no, en la economía local, la llamada economía colaborativa, entendida como aquella forma de asociación de individuos conectados entre sí, que crean, distribuyen y consumen bienes y servicios sin necesidad de intermediarios, como por ejemplo el Crowdfunding que consiste en la búsqueda de financiamiento para proyectos a través de internet. Esto contiene una característica propia y es utilizar la tecnología como elemento esencial para la generación de nuevas actividades económicas que terminarán por activar el ciclo económico.
Dicho de otra manera, las economías colaborativas vienen acompañadas de un cambio en la mentalidad de la actual generación, en la que, según Rachel Botsman, hemos pasado de la visión de “esto es mío” a la de “esto es nuestro”, lo que lleva particularmente a reducir los costos de todas las operaciones que se pueden hacer en la red y hacer más eficiente la producción de un bien o la prestación de un servicio, generando incentivos a la mutua colaboración bajo el entendido del beneficio mutuo.
Esto debe llevarnos a entender que en los años venideros las formas de empleo tradicionales estarán en constante evolución y el Estado debería impulsar que así sea, porque esto hace necesario integrar fuerza laboral que en los mercados tradicionales se encuentran infrautilizados, a través de las tecnologías de la información, a la mejora en la prestación de los servicios con efectos positivos para los consumidores.
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