Que el presidente Obama esté dispuesto a que en la Cumbre de las Américas se discuta la política antidrogas me parece un paso de gigante, dado el inmovilismo que suele caracterizar a la política exterior norteamericana y a la lentitud que tienen para producir cambios; en el fondo, es como si EE.UU. quisiera que alguien les ayudara a quitarse el peso que ellos mismo se han impuesto. Pero que al mismo tiempo continúen vetando la asistencia de Cuba a la Cumbre resulta un gesto anacrónico y antipático, entre otras razones porque ésta es en Cartagena de Indias, no en Miami, lo que debería pesar.
Comencemos por esto último. Digo que el veto a Cuba es anacrónico, porque la Guerra Fría terminó hace dos décadas. Cuba no exporta revoluciones y cada día parece ser más consciente de que el modelo político económico que ha practicado hace 50 años está agotado. Los Castro son un par de octogenarios prisioneros de sus propias redes que buscan salvar el honor de una revolución frustrada, en parte por la dinámica económica mundial y obviamente por el bloqueo que Washington le ha decretado. Obama debería pasar a la historia como el presidente que puso fin a esta etapa de la historia hemisférica y no como el sempiterno hombre de la Casa Blanca que teme al poderoso lobby cubano de la Florida. Cuanto más pronto se acerque Washington a La Habana, más pronto podrían precipitarse los cambios en la Isla. Cuba debe reintegrarse a la comunidad americana, no sólo porque el pueblo cubano lo requiere, sino también porque facilitaría la integración de América Latina y el Caribe. Esto debería hacerse pronto.
Creo que el manejo que han dado a este asunto de la no asistencia de Cuba a la Cumbre, el presidente Santos y la ministra Holguín, ha sido acertado, pero creo también que al viaje que hicieron a La Habana para hablar con Castro y Chávez ha debido seguirle otro de la canciller a Washington. La persuasión debe hacerse con ambas partes. EE.UU. debe facilitar la transición, y este veto, repito, antes que dinamizar la política exterior lo que hace es petrificarla. No hablar con Cuba es un absoluto anacronismo.
Pero como el que peca y reza empata, hay que saludar la decisión estadounidense de que se abra un debate en torno a la eventual legalización de las drogas. América entera está en mora de hacerlo. Hace unas semanas leí una noticia que pasó un tanto inadvertida, en medio del torbellino noticioso que a diario se vive en el país. Me refiero a la decisión del Ayuntamiento de Rasquera en Cataluña (España), de autorizar un cultivo de marihuana como estrategia para enfrentar la crisis económica y el desempleo que sufren. Rasquera es un pueblecillo de unos mil habitantes, y espera recibir 1.7 millones de dólares en dos años y producir 40 empleos, como producto de este cultivo. La diferencia entre Rasquera y cualquier pueblo colombiano es que pertenece a un reino que es soberano y el nuestro no. La política antidrogas de EE.UU. es una de las herramientas con inmensa capacidad de intervencionismo. Quien no la siga es satanizado automáticamente. Es una pena que en California hubieran ganado el plebiscito los prohibicionistas; si se hubiera legalizado la marihuana, allí otro gallo cantaría.
Si la Cumbre de las Américas quiere trascender debe coger el toro por los cachos y debatir, al menos, la legalización de la marihuana. Para Colombia sería un alivio inmenso. La era del café ha llegado a su fin, nuestros campesinos requieren de un cultivo rentable y competitivo internacionalmente. Esto pondría a muchos de ellos dentro de la legalidad. Hay que animar al presidente Santos a que lo proponga. Juega de local.
Cuba no exporta revoluciones y cada día parece ser más consciente de que el modelo político económico que ha practicado hace 50 años está agotado.
Credito
GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ
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