“Siento vergüenza por la tremenda inequidad que tenemos en este continente”. La frase es del presidente Juan Manuel Santos, en Cartagena, y constituye un paso muy importante para comenzar a erradicar la pobreza extrema, la desigualdad y la exclusión social que tenemos en América. Si la VI Cumbre de las Américas sólo sirviera para marcar un punto de inflexión en la toma de consciencia, me daría por bien servido.
Según los informes que han sido manejados en Cartagena, en la región hay 177 millones de pobres, de los que 70 millones viven en la indigencia. La cifra es espeluznante. Si los miserables de América conformaran un país, este sería más grande que Colombia y Venezuela juntas. Cartagena misma es, posiblemente, la ciudad más desigual del país. Allí conviven opulencia y marginalidad.
Pero América no sólo es el continente más desigual del mundo, sino uno de los más violentos. Las tasas de homicidios son más del doble que las del promedio mundial. En 2010 se registraron 140 mil muertes violentas. ¿Hay alguna relación entre una cosa y otra? Creo que sí, definitivamente sí. Aunque haya quienes persistan en negar la evidencia, y se amparen en esa tesis para no hacer nada y permitir que tanto pobreza extrema y exclusión como criminalidad y violencia aumenten. Precisamente, aquellas mentes que piensan que la solución es aumentar las penas, construir más cárceles e incrementar el pie de fuerza de la Policía.
Pero existe otro dato más interesante. Y es cómo el crimen organizado se ha venido tomando la región, las muertes que genera éste son cinco veces más que en Asia y 10 veces más que en Europa. El crimen organizado maneja un amplio catálogo de actividades delictivas altamente rentables. Narcotráfico, tráfico de armas, contrabando, hurto de vehículos y de celulares, secuestro, extorsiones, tráfico de órganos, prostitución y trata de mujeres, entre ellos. Sus organizaciones desafían el poder de los estados, y viven gracias a que se aprovechan de las penosas condiciones de miseria y de exclusión de muchas personas sin futuro. La situación en Centroamérica es dramática. En El Salvador, Guatemala y Nicaragua, en donde terminó la guerra hace muchos años, padecen olas de violencia y criminalidad que los están haciendo inviables.
Desde luego que no toda la criminalidad ni toda la violencia son atribuibles a las mafias. Este fenómeno tiene diversidad de causas. Tiene, por ejemplo, un componente cultural nada despreciable.
Quien crece siendo maltratado muy posiblemente maltratará en el futuro. Pero hay más. Las condiciones de vida son esenciales para que una persona pueda desarrollar un proyecto de vida feliz. La falta de educación, el hacinamiento, el desempleo crónico y la drogadicción son factores que estimulan la violencia y desactivan los frenos éticos que construyen la inclusión y la cohesión sociales. Quienes no tienen nada para perder están más dispuestos a jugarse la vida que quienes lo tienen todo. Peor que no tener presente es no tener futuro. En tales circunstancias afloran más impulsos de muerte que de vida. El hambre y el desempleo son muy malos consejeros.
No quiero hacer una conexión directa e inevitable entre los binomios pobreza extrema - exclusión y violencia - criminalidad. No. Sería equivocado e injusto. Lo que quiero decir es que esos factores son aprovechados por las organizaciones criminales para sus fines delictivos y que potencian la criminalidad y la violencia, y que aunque sólo fuese por ello hay que solucionar estos problemas.
Colombia y la región están en mora de rectificar, y es de agradecer que por fin haya quién desde las altas esferas lo reconozca. Ahora hay que pasar del dicho al hecho. Confiemos en que la Cumbre marque el inicio de un nuevo comienzo en muchos asuntos en las Américas.
América no sólo es el continente más desigual del mundo, sino uno de los más violentos. Las tasas de homicidios son más del doble que las del promedio mundial.
Credito
GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ
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