La Justicia parece ser el nuevo negocio que ha emprendido el exsenador y empresario deportivo Gabriel Camargo Salamanca para acrecentar su multimillonario capital.
Da muestras de estar hastiado de criar y comercializar pollos, distribuir alimento para animales, comprar y vender jugadores de fútbol, hacer pollitiquería (hacerse elegir regalando pollos), cebar ganado, construir viviendas populares y hasta comprar y vender víveres y abarrotes.
Actividades por las que ha sido duramente criticado por su particular forma de ejercerlas. Tanto así que al hacerse públicas algunas triquiñuelas por él utilizadas, éste respondió a un reconocido medio de comunicación: “Lo que pasa es que soy un triunfador. No hay actividad en la que me meta en la que no tenga éxito. Y eso produce envidia.”
Boyacense, de origen humilde, formó un temprano hogar con otra controvertida figura pública: Leonor Serrano. Esto lo llevó a que decidiera permutar el único bien que tenían hace más de 40 años (una casa en el popular barrio 7 de Agosto de Bogotá) por una finca en el sector rural de Fusagasugá, donde se radicaron definitivamente.
Desde allí, construyeron un emporio industrial, comercial y político digno de envidiar, para utilizar las mismas palabras de Don Gabriel, como le gusta que le digan.
Los dos fueron concejales en Fusagasugá. Leonor fue alcaldesa y posteriormente gobernadora de Cundinamarca. Camargo fue senador en 1994 y 1998 y le cedió la curul a su esposa, en 2002.
Al Deportes Tolima llegó invitado por el empresario Héctor Rivera en 1979. Con Héctor Robayo tomaron la dirección de la corporación Club Deportes Tolima (entidad sin ánimo de lucro) y terminaron apropiándose de ella al hacer la conversión en sociedad anónima.
Su fortuna es incalculable. Pero eso no le basta al pobre viejecito.
Ahora, instrumentaliza la justicia para buscar acrecentar su capital. Y la fiscalía del Tolima le copia.
Denuncia periodistas por atrevernos a decirle la verdad. Lo que es: un negociante del deporte, traficante de futbolistas, a quien poco o nada le interesa el fútbol tolimense.
Y como negociante, no demanda por una posible lesión de su honra, honestidad o buen nombre, sino que exige dinero para acrecentar su capital.
Y la Fiscalía del Tolima se presta para esa burda farsa.
Una comedia en la que aspira a tener éxito, como dice haberlo tenido en sus otras actvidades lucrativas. Claro, y la justicia es un servicio que también se suele comprar.
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