Óptica periodística: TLC

No cabe duda de que el Tratado de Libre Comercio que por fin se aprobó en el Congreso de los Estados Unidos, y que permaneció congelado por cinco años, es la oportunidad para mejorar nuestra infraestructura nacional y mejorar la competitividad de las empresas.

Que con él se busca aumentar las exportaciones que permitan que nuestro PIB crezca por lo menos en un uno por ciento cada año y, también, pretende motivar la inversión extranjera sobre todo de ese país en nuestro territorio, todo ello para mejorar el empleo y elevar el ingreso de muchos colombianos.

Pero lo que se debe mirar de fondo es si realmente con circunstancias como una posible recesión en el coloso del Norte, una tasa de desempleo cercana a los dos dígitos allá, y la idea de muchos de volver a los esquemas proteccionistas dado la debacle que ha sufrido el mundo en estos últimos años, por culpa del libre mercado y el capitalismo voraz, el tratado será tan conveniente para una economía que pretende convertirse en emergente como la nuestra, se preguntan algunos.

Además, no nos llamemos a engaños, no es que estemos en el paraíso, pero nuestras exportaciones a otros mercados han crecido, inversionistas han llegado a sectores de la economía y nuestras materias primas (casi el 70 por ciento de las exportaciones) tienen un muy buen precio internacional.  

Pero lo cierto es que el tratado ya está y que algunos sectores de la industria y la economía nacional están en espera de que comience su implementación en los próximos años porque están robustecidos en su estructura, cuentan con músculo financiero para enfrentarlo y han desarrollado sus propias estrategias productivas y de competitividad. Tal cual los exportadores de flores, los caficultores, el petróleo y sus productos derivados seguirán teniendo acceso allí; también estudios de la Anif, Andi y Fedesarrollo, entre otros, muestran que se abre un buen espectro para servicios profesionales y consultarías en las industrias gráficas, arquitectura, varias ingenierías, una amplia gama en salud desde lo estético hasta cirugías complejas, etc.

Dicen otros que los ingenios azucareros, los textiles y confecciones, así como hortalizas y verduras, tendrán un acceso más rápido al mercado de consumo más grande del mundo. Claro que nuestros paisanos arroceros, lo mismo que los productores lácteos, el sector ganadero y el avícola, entre otros, no la tienen nadita fácil. Pero más preocupante que eso es saber qué pasará con otras áreas, como la de medicamentos que no bajarán de precio, qué se negoció sobre esas patentes y la exclusividad de las multinacionales sobre esas fórmulas médicas. Otra mucho más complicada, de la que nadie habla: ¿qué derechos tendrán los gringos sobre nuestras semillas, a hacer qué sus laboratorios con el contenido microcelular que les da ciertas características a frutas, hortalizas y especias? ¿cómo se protegió la biodiversidad de la nación? ¿qué quedó estipulado allí sobre seguridad alimentaria, sobre el agua y su control?.

¿Cuántos transgénicos y alimentos modificados con sus posteriores consecuencias nefastas para la salud humana y animal podrán ingresar? ¿se hará la advertencia necesaria sobre ello al consumidor? Esos son, realmente, los temás importantes de este tratado que no han aparecido en la discusión ni del Gobierno nacional, ni de los ministros de Estado, de los voceros gremiales, ni mucho menos de los medios de comunicación. De eso no se habla, no se menciona, no se han publicado, no se hacen entrevistas, reportajes, comentarios, especiales noticiosos de los contenidos explícitos y los textos del tratado. ¿Por qué será? ¿Por qué ese silencio cómplice? Y sólo menciones generales y de los ocho o nueve temas de siempre. Bueno: ahí queda una reflexión para la historia.

Credito
NELSON GERMÁN SÁNCHEZ PÉREZ -GERSAN-

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