Uno puede no ser chavista -ni más faltaba- ni promulgar sus tesis o estar de acuerdo con su discurso, con la forma en la que recompuso el estado venezolano para quedarse sin pesos y controles para hacer lo que se le antojó, siempre enmarcado en un manto de supuesta legalidad y dentro de la constitución, pero eso no es motivo para desconocer que con su grotesca forma de hacer discursos, su carisma de indio de sierra, su vozarrón, su manera de acercarse al pueblo y la promesa de la lucha de pobres contra ricos triunfó y traspasó las fronteras de su país.
No es gratis que sea cabeza de los países del llamado grupo del Alba o que esté tomando preponderancia entre los de Mercosur, que sea un factor de atención para la OEA o la ONU, pues su figura, su manera mordaz, lo lenguaraz de su estilo y enfrentarse así fuera retóricamente con los EE.UU., con los monopolios de su país, las multinacionales que aún mantienen el control sobre los recursos naturales y se llevan la riqueza, con la banca y el sistema financiero, le dio reconocimiento entre los pobres y la clase media de nuestros países, que siguen en su subconsciente sintiendo que es sobre esos males sobre los que se debería actuar para acabar la desigualdad económica y social.
No nos llamemos a engaños que ninguno de nuestros líderes políticos de los últimos tiempos ha tenido tan claro el poder de los medios y la influencia mediática sobre las sociedades como Chávez, quien ha sabido utilizarlos con inteligencia ya sea para que lo alaben o para que lo critiquen.
Claro que también ha hecho uso de la fuerza, la coerción, el chantaje, la asfixia para controlarlos o amedrentarlos.
En cuanto al resto de sus armas para convertirse en figura de influencia tampoco puede desconocerse que con los petrodólares que mantiene en caja y el subsidiar la venta de petróleo a muchas naciones ha mantenido su influencia.
Además, porque sabe que mientras su país siga siendo calificado como el de mayor número de reservas del mundo en crudo –y sin un combustible que reemplace a este- sigue siendo un aliado que muchos necesitan y quieren mantener.
¡Ah! otra cosa será cuando el país despierte a su realidad productiva y económica, con un aparato industrial y de servicios que se vino a pique, un pueblo que se acostumbró a que casi todo se lo dieran y que no consiga fuentes de trabajo.
Eso será motivo de otra columna. Lo cierto ahora es que Hugo Rafael Chávez Frías, pasará a la historia latinoamericana de finales del siglo XX y comienzos del XXI como uno de los personajes más vistosos y con influencia.
Amado u odiado, loco o visionario, dictador-tirano o defensor del pueblo pobre estará en el historial latinoamericano, le guste o no le guste a uno.
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