Parece fuera de toda lógica y un contrasentido, casi una idea inane, que se proponga por parte de algunos columnistas, de medios de comunicación, del Gobierno nacional y de un sector del Congreso que los diálogos que el Ejecutivo colombiano mantiene con las Farc, no sean motivo de discusión política nacional.
Al contrario, tienen, deben ser objeto de toda la discusión política que requieran porque es precisamente de poder, normas, cambios legislativos, injerencia del Estado, de lo que se discute en La Habana y todos los sectores requieren sentar posiciones y precedentes frente a los acuerdos Santos-Farc.
Es casi que una obligación de los actores políticos partidistas, y de quienes hacen política ideológica en la concepción del Estado, manifestar sus posturas; eso enriquece el debate, deja ver distintos puntos de vista, saca a la luz posiciones a favor o en contra que los colombianos y el propio gobierno necesitan conocer como un termómetro del sentir de los grupos de opinión y de ciudadanos sobre el mentado proceso de negociación y conversaciones.
Nada más peligroso que tratar de crear unanimismos alrededor del tema de la paz o de los acuerdos logrados en los puntos propuestos de la agenda pactada previamente entre el Gobierno y la guerrilla de las Farc. Ahí se equivoca de cabo a rabo nuestro mandatario porque esa posición genera rechazo por la desconfianza ya sembrada en el inconsciente colectivo al no saber, sino imaginar, lo que obtendrán los integrantes de la guerrilla en prebendas políticas, económicas y sociales.
Es el debate lo que debería promover el Gobierno, que los francotiradores del proceso –si los hay, yo no creo, pienso que existen es posiciones radicales por convencimiento ideológico- muestren sus tiros de gracia a través de la disertación, el disenso y no posteriormente de otra manera.
Se equivocan los ministros, asesores y demás funcionarios que están jugando a la teoría de crear “amigos” y “enemigos” del proceso, porque dada la mala fama histórica de la guerrilla, sus excesos, su intolerancia y la arrogancia para reconocer sus propias embarradas como su relación con grupos mafiosos, el reclutamiento forzado de menores, del desplazamiento, secuestro, entre otros, corre el riesgo de que por puro ejercicio de memoria y malicia indígena la mayoría de los colombianos resulten del lado de los “enemigos” por no creerle a las Farc.
Por eso, hay que pedir tolerancia, paciencia e inteligencia al Gobierno en este asunto, pues no puede perder de vista que fue él quien se metió por voluntad propia en dicho tema espinoso y no podría esperar que la gente lo respaldara porque sí o se quedara callada hasta que guerrilla y negociadores crean que es tiempo de permitirles hablar.
Nada más absurdo y peligroso. Es como quitar el pin de seguridad a una granada y apretar con la mano la argolla de seguridad, pero si me llego a cansar y se me estalla, le echo la culpa a los demás. No. Lo que debo advertir es que tengo una granada y que necesito tiempo, espacio y distancia por si requiero tirarla lejos para que estalle o para poder colocar nuevamente el pin del seguro. Esa es una actitud más lógica y racional para un tema tan sensible.
Parece fuera de toda lógica y un contrasentido, casi una idea inane, que se proponga por parte de algunos columnistas, de medios de comunicación, del Gobierno nacional y de un sector del Congreso que los diálogos que el Ejecutivo colombiano mantiene con las Farc, no sean motivo de discusión política nacional.
Credito
NELSON GERMÁN SÁNCHEZ PÉREZ–Gersan
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