El espectáculo político electoral y de lucha por el poder del Estado en Venezuela parece una fiel copia de los capítulos del libro La Geopolítica de las Emociones, escrito por Dominique Moïsi, Fundador del Instituto Francés de Estudios Internacionales.
En su libro el actual profesor de Harvard hace un análisis de cómo el mundo político genera esperanza, miedo y humillación, y como son esos sentimientos una receta perfecta que ponen a rodar en sentido contrario para continuar en el poder o tratar de llegar a él: La esperanza contra el miedo, la esperanza contra la humillación, y la humillación alimentada de alta dosis de irracionalidad hasta llegar a la violencia.
La rápida reacción de países miembros de Unasur para respaldar al hoy presidente Nicolás Maduro, es una muestra de que las fichas en el ajedrez geopolítico se movieron, interesados unos y otros miembros en no permitir el ingreso de actores nuevos que puedan reconfigurar el statu quo. Unos, interesados en no perder su posición de sanguijuelas del petróleo barato que les da Venezuela; otros, como proveedores de bienes, maquinaria e insumos, caso Argentina y Brasil. Nicaragua que siempre se mete en todo y puede mantener un aliado que le provea recursos en su intención –con la pasividad extraña de nuestro gobierno- de llevarse San Andrés y Providencia y llegar hasta Cartagena.
Incluso, la llegada tal rayo veloz del presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, no es más que una jugada más para respaldar lo sucedido allí, ya sea que Maduro se robó la presidencia en complicidad con el Consejo Nacional Electoral venezolano y su presidenta, o que efectivamente ganó por un estrecho margen, lo cual, en las dos circunstancias, le da poca capacidad de maniobra, reacomodo y gobernabilidad; por tanto, tenían que hacer en menos de ocho días el reconocimiento a su triunfo, entregar la credencial, la posesión y las visitas de presidentes “amigos”.
Ello, por una sencilla razón, porque son las emociones las que están en juego y en este siglo XXI la lucha ideológica pareciera estar siendo reemplazada por la lucha de la propia identidad, como afirma Moïsi: “En la era de la globalización , donde todo y todos están conectados, es importante afirmar la propia individualidad. ‘Soy único, soy diferente y, si es necesario, estoy dispuesto a luchar a fin de que reconozcas mi existencia’. Un eslovaco no es un checho, un ciudadano de Montenegro no es un serbio. En un mundo dominado por la identidad, nos definimos menos a través de nuestras creencias e ideas políticas que a través de la percepción de nuestra esencia, por la confianza que ganamos gracias a nuestros logros y el respeto que recibimos de otros, o por su falta de respeto”.
Eso es un poco lo que está pasando en Venezuela que ya no se creen simples socialistas, si no se creen los socialistas del siglo XXI ¿? Y necesitan reafirmar ello con el “respeto” o la complacencia de otros.
Lo cierto es que en un tema tan altamente emocional muchas cosas horrendas pasarán, porque una cosa era el carismático, venático y temperamental Chávez, lector y calculador consumado; y otra el sindicalista y casi iletrado actual presidente, a quien habrá que medirle su inteligencia y capacidad de análisis para saber hasta dónde ir con la retórica y la amenaza y hasta donde con los hechos contra su propio pueblo. Pobre Venezuela.
El espectáculo político electoral y de lucha por el poder del Estado en Venezuela parece una fiel copia de los capítulos del libro La Geopolítica de las Emociones, escrito por Dominique Moïsi, Fundador del Instituto Francés de Estudios Internacionales.
Credito
NELSON GERMÁN SÁNCHEZ PÉREZ–Gersan
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