Nos recordaron que el campo no es un parque temático, para ir a alimentar chivitas, marranitas o dar paseo en pony: no. Que son ellos los que han alimentado este país generación tras generación y que merecen mucho más del Gobierno y del resto de nosotros.
Tal vez esa tendencia a urbanizarnos que fuimos tomando como nación, más allá del 70 por ciento, nos hizo olvidar de quienes siembran papa, yuca, café, plátano, arracacha y tomate y tienen las vacas que nos dan la leche y sus derivados. Así mismo, a creer a punta de propaganda oficial que efectivamente su vida diaria estaba cambiando, cuando la realidad es otra muy distinta, sobre todo la de los pequeños cultivadores y minifundistas. La prosperidad no ha llegado a sus bolsillos, no está en viviendas más dignas, en baños decentes, en vías en buen estado, en servicio de salud mínimos, en herramientas para el trabajo y la labranza.
Aún no se terminan las cadenas de intermediarios, tampoco han llegado la asociatividad o el cooperativismo, centros de acopio y transformación de productos en las veredas que les permitan dar un pequeño valor agregado a sus productos para venderlos a las cadenas de abastecimiento un poco más caros y ganar más.
Tampoco hay que decirse mentiras: el Gobierno teme, tiembla, se arrodilla y gime antes que poner en cintura los precios de insumos, químicos, agroquímicos y fertilizantes que llegan de otros países, prefiere seguir cultivando el desorden y dar subsidios a las cosechas de manera pasajera o cada vez que hay un paro agrícola.
En eso hay que decir, sin tanto rodeo, que todos hemos fallado al restarle la importancia y el estatus que merece un campesino como proveedor principal de nuestros alimentos. Desde la academia, la administración pública, los sectores agremiados y federados a todos parecen solo importarnos que los guaches esos de ruana, sombrero o ropa sucia y vieja que huele a “chivo” no nos interrumpan las actividades normales, no bloqueen vías o salgan a las vías a dañar los verdes paisajes. Hasta los medios de comunicación tienen un lenguaje sesgado, pequeño, sin contextos, frente a lo que sucede. Solo cuentan del desabastecimiento de las plazas, de la vía bloqueada y las llantas quemadas, de la gente que debe irse a pie, de los heridos, los policías que fueron agredidos, pero no sé, amigo lector, si usted haya visto un informe especial desde las entrañas mismas del campo, contando cómo vive un campesino, sus condiciones, sus horas de trabajo, lo que soporta, lo que tiene y no tiene, lo que gana con su parcela. De eso no he visto sino intentos en Canal Capital, de resto pareciera un silencio cómplice o una pereza y un no querer salir de la zona de confort noticiosa.
Por ello, reitero, todos nos debemos a los campesinos, porque sí les hemos dado la espalda. ¡Ah! Y esto no es ni muchos menos un apoyo a las vías de hecho, las protestas, bloqueos o revueltas. Por si acaso. Es un simple acto de mea culpa y un llamado a la consciencia social.
Más allá de cómo pueda culminar este paro campesino que comienza su segunda semana, la realidad de este asunto es que el país ha vuelto a recordar que los campesinos y campesinas colombianas existen, que son de carne y hueso, familias que están condenadas hoy a la miseria, a quebrarse por cuenta de los TLC.
Credito
NELSON GERMÁN SÁNCHEZ PÉREZ–Gersan
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