Seguramente ello corresponde a un temor infundado, pero la percepción generalizada es que cada día la gente se siente más insegura en la ciudad, sin importar el lugar donde esté. Haciendo un pequeño ejercicio de reportería y de pura observación directa sobre el comportamiento de los ciudadanos al subirse en algún bus o buseta y dirigirse hacia algún punto de la ciudad, la sensación es la misma.
Desde que aborda el vehículo la persona entra mirando con desconfianza, como queriendo averiguar en los rostros de los presentes cuál de aquellos será el ladrón que la va a sacar el cuchillo en el puesto, le “raponeará”* el bolso o maletín al bajarse o algo similar. Las caras de los parroquianos son de angustia, de zozobra, de miedo, de desconfianza por quien va a su lado o le tocó de vecino en la silla o en el pasillo del carro y con quien comparte el pasamanos del techo.
El ambiente es de intranquilidad, no importa si se va por la avenida Ambalá, por la Quinta, por la Cuarta Estadio, por la autopista Sur. Intranquilidad que no termina al descender porque todo aquel con que se tope en el andén es un potencial sospechoso. Si pasó y miró de soslayo, tal vez estaba analizándonos la pinta, echando un vistazo al reloj o la seguridad del maletín, piensa el parroquiano.
Si alguien viene muy cerca caminando, se está a la espera del tirón y el sonido de la carrera; por eso se camina en zig-zag o con marcha irregular, muy rápido, luego muy despacio, luego nuevamente rápido. Jóvenes en tenis, con sus gorras, busos desalineados, son el terror en el imaginario del parroquiano.
Lo repito, puede que todo sea exageración o producto de la imaginación, pero la verdad algo pasa. La ciudad se siente insegura. Salga y pregunte a la gente cómo se siente, que le cuente si ha sido víctima o conoce a alguien que haya sido víctima de los amigos de lo ajeno y verá que las historias pululan. Puede ser que haya una sensación colectiva de que la ciudad está un poco al garete, sin autoridad, sin carácter, sin disciplina, que por más que la haya o se trate de esforzar por que se tenga, no se logra transmitir un ápice en ello y esa irradiación emanada de nuestras cabezas haya terminado por contaminarnos a todos y no nos permita ver la realidad de las cosas si es que son diferentes.
Ojalá que sean sólo percepciones que no correspondan a la realidad - real de nuestra ciudad. Que no sea un síntoma, un indicador o una de esas variables que muestren una tendencia oculta, que está por fuera de nuestra visión del diagrama y del espectro de nuestro análisis “racional” y se nos convierta en el gran dolor de cabeza de los próximos años. Pero bueno, mientras, sigamos viajando en buseta, a ver qué pasa.
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