Es una tarea fundamental dentro de la democracia moderna que aquellos que tienen por alguna circunstancia, razón, mérito o función ser voceros de los grupos de interés, de los ciudadanos del común, de asociaciones o agremiaciones pedir cuentas y exigir informaciones que lo hagan sin vacilar. Ello sin duda alguna enriquece el conocimiento, abre una postura crítica de pensamiento y forma ciudadanía.
Pero también es importante que entiendan lo que se les dice, razonen, no se casen torpemente con sus propias hipótesis ni crean obtusamente que pese a los hechos, la realidad, las pruebas y la verdad de lo que se les presenta, pero es contrario a lo que piensan, entonces todo es falso, no corresponde o es mentira, simplemente porque los hechos muestran una cosa muy distinta a lo que ellos dicen o creen.
Algunos estudios de éste y finales del siglo pasado, muestran que los algunos seres humanos cada vez con más ahínco se empecinan en creer que tienen la razón por encima de todos. Claro está, que se dice que no es una característica aislada de la persona, sino el resultado de un tipo de personalidad, tal vez producto del consumismo, el mercantilismo, el individualismo tan propios de la sociedad capitalista.
Ello demuestra en últimas que son personas que tienen muy poca confianza en los demás y no valoran al otro. Están obsesionadas, casi hasta la locura, por controlar las situaciones de forma permanente. Todo lo que sea salirse su zona de confort, cambiar rutinas, asumir cambios les incomoda y, por eso, se convierten en personas poco flexibles, maniáticas, que enmascaran realmente una actitud soberbia y una personalidad insegura, que requiere permanentemente de estar criticando todo y a todos, y pontificando sobre el tener la verdad absoluta y la solución a todas las situaciones.
Que necesitan el reconocimiento de los demás y creen que imponiendo opiniones pueden alcanzar prestigio para no sentirse tan poco con lo que son en ellos y en sus vidas. Casos abundan en todas partes: la política, la academia, el mundo empresarial….
Las causas estarían en la educación recibida en la casa y la escuela, pues siempre recibieron información y opiniones en el mismo sentido, haciendo que desarrollarán posturas inflexibles y se creyeran con la verdad sabida, por tanto, se tornan radicales, seguramente niños o niñas a quienes no se les pusieron límites y terminan volviéndose déspotas y caprichosos o por el contrario tuvieron una educación demasiado rígida e inflexible.
Advierten los que saben que en las relaciones personales, familiares, labores o sociales: “La convivencia con este tipo de personas no es fácil, ya que no aceptan que se les lleve la contraria y cuando esto sucede intentarán por todos los medios imponer su opinión, si no lo consiguen se encolerizarán y si lo logran, intentarán humillar y restregar su triunfo a su interlocutor”.
A nadie le gusta perder o sentirse derrotado, avasallado por la verdad, no tener la razón, ese es un sentimiento raro, a veces abrumador, pero qué se puede hacer, lo peor que le puede pasar a alguien en la vida pública o privada es mantener la contumacia, entendida como la tenacidad y dureza de mantener un error.
Si persistimos en el error a pesar de las advertencias, las informaciones, la realidad y los hechos, no tenemos excusas para saber que nos seguiremos equivocando. Por eso, en estos momentos de contiendas públicas electorales en escenarios locales, lo regionales y nacionales donde somos convocados, lo mejor es hacer un llamado para que todos aprendamos a identificar a aquellos contumaces, inseguros, obsesivos y maniacos, que terminarán volviéndose déspotas y caprichosos llevándonos a todos al cadalso. Eso es pensar.
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