El resucitar del Murillo Toro

Nelson Germán Sánchez

Dicen los viejos de nuestra ciudad que desde las épocas del odiado por unos, amado irracionalmente por otros, pero siempre controversial y señalado por sus particulares relaciones políticas y los lazos poco santos que construyó en el ejercicio de lo público, Alberto Santofimio Botero, el parque Manuel Murillo Toro, que en realidad es una plaza, no se había convertido en un escenario para demostrar poderío político y músculo electoral.

Tal vez porque se había convertido en un lugar de nadie; el cual todos los ibaguereños durante el día recorremos con afán, pisamos con desdeño, acortamos camino sin observar o por ser la “oficina” de los vendedores de maíz para las palomas que dañan el techo de la Catedral y de edificios circundantes; y en la noche el punto de encuentro de los rockeros, los skaters, algunos estudiantes de diseño de la CUN, de música del Conservatorio y de derecho y contaduría pública de la Cooperativa, así como los jíbaros o expendedores de alucinógenos camuflados entre vendedores de dulces. Eso sí, a más de ser el orinal público más grande del centro de la ciudad; o si no que lo digan quienes lo respiran en las mañanas.

Aparte de ello lo importante es que el parque pareciera estar recuperando su importancia como lugar preponderante, así sea de la vida política electoral. Las dos últimas manifestaciones políticas llevadas a cabo en él así lo demuestran. Se impusieron dos campañas, mejor dicho tres, el llenarlo para dejar claro que tienen respaldo, seguidores y con qué llegar a los dos cargos de elección popular más importante del Departamento: la Gobernación del Tolima y la Alcaldía de Ibagué.

Los primeros en hacerlo fueron Rubén Darío Rodríguez y Mauricio Jaramillo, del partido Liberal, quienes unieron fuerzas para llenar la plaza-parque con sus seguidores sentados y se ufanaron de lograr el propósito.

La semana anterior lo hizo el candidato del partido Conservador, Óscar Barreto Quiroga, quien eliminó el uso de sillas en su evento para demostrar que cabe más gente de pie. A fe de que también llenó a rebosar el parque y sus costados. Y, por su puesto, sembró bandera como dicen los del marketing.

La lección que dejan estos actos de los dos partidos tradicionales de Colombia es que nuevamente el escenario público toma relevancia. Sirven para dar a conocer las propuestas, tirar línea, sentar posiciones sobre temas varios, mostrar los dientes, encontrarse con los seguidores, sentir el calor del público, darse una idea del poder de convocatoria, entre otras cosas.

Que medios de comunicación, redes sociales y publicidad ayudan a redondear, pero en la política el cara a cara y el encuentro directo para dar vigor e ímpetu a la campaña, siguen vigentes. También queda de reflexión que así como se convoca para el ejercicio previo del gobierno, en el Gobierno se puede hacer la rendición de cuentas allí, convocar a los ciudadanos cuando de dar explicaciones a asuntos puntuales, reclamaciones o denuncias se trate, anunciar las inversiones importantes para la región o responder a inquietudes ciudadanas. Creo que con ello no quedaría el Murillo solamente como un tinglado político más, sino como el verdadero escenario del poder y el encuentro con la ciudadanía, porque o sino nos acostumbraremos a verlo lleno sólo para las pasarelas de Maquila y Moda.

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