¡Dios! Dios

Nelson Germán Sánchez

Este tiempo de cuaresma que el mundo católico inició el pasado miércoles de ceniza, permite reflexionar en muchos aspectos; uno de ellos obre Dios y su accionar frente a nosotros o nuestras vidas, a propósito de un comentario de alguien frente a una decepción.

Le escuché decir que pese a ser católico no quería cumplir con ningún rito, novena, misa, oración, porque Dios le permitía sufrir, no estuvo ahí para evitar esa decepción que vivió, el dolor, el sentir que su vida planeada -y que quiere tener bajo control- no resulta; es decir, pensé yo, quería el Dios bacano, el de la alegría, rumba, música, trago, compartir con los amigos, la familia, los vecinos, las compras, los viajes, los sentimientos positivos, que nada me pase, todo aquello no dé ni una gota de sufrimiento; pensaba entonces que lo que muchos quieren es una especie de Dios Baco, del vino, de la fiesta, de la juerga, con razón no hemos vuelto medio hedonistas y eufemísticos por estos años.

Nos creemos tanto, tan capaces, tan sobrados, tan fuertes, que se nos olvida que somos simples seres humanos llenos de defectos, debilidades, angustias, dolores, embarradas una y otra vez, y es por eso que creemos en un ser superior, que enseña con paciencia, cuyos designios no comprendemos si no con el pasar de los días, en el momento justo y no cuando nuestro capricho, nuestra voluntad irreverente, nuestro querer y empecinamiento lo desean.

Ahí nos demostrados lo que simplemente somos: carne, hueso, pensamiento, intelectualidad, sentimientos, sensaciones, errores, arrepentimientos, capacidades, intelecto, espíritu y alma. Esto no quiere decir que desconozca la grandeza del ser humano y su complejidad e inteligencia, si no por el contrario, un acto de contrición frente a que hacemos parte de pequeños engranajes del universo, de la chispa divina, de la fuerza poderosa, las fuerzas de la naturaleza, un ser superior, de Dios o de lo que queramos creer.

Este siglo nos ha hecho arrogantes frente a Dios, a la naturaleza, a nuestro planeta, tal vez por tener avances tecnológicos, informáticos, médicos y todo tipo de equipamientos para la vida moderna, entonces pensamos que todo lo podemos controlar sin tener en cuenta que tenemos sobre nosotros al mayor matemático y ajedrecista de todos los tiempos.

Pero también encuentra uno por estos días gente que aunque no creía en Dios o se declaraba atea, comienza a reconocer la existencia de algo supremo que lo apoya, lo ayuda, le construye escenarios y decisiones favorables en su favor; habla de que definitivamente cree en sus ancestros, que hay una línea fuerte o una energía que ata ese cordón ancestral que está con él en esos duros momentos y, por eso, humildemente agradece el apoyo y agradece los problemas, el dolor, las dificultades, las decepciones, porque los puede convertir en retos para superarse y crecer. Es decir, acepta de manera sencilla que todo pasa por algo y ese algo se llama aprendizaje, experiencia, conocimiento, que en últimas es lo que da verdadera felicidad liberadora. No es llenarse de rabia por el dolor o la decepción, es volverlos ejercicios de comprensión para seguir adelante, para fortalecer el carácter, el intelecto, el alma.

En uno y otro caso lo que no se puede perder de vista como diría Pablo Neruda, es que siempre habrá personas mejores y peores que uno, con mucho más dolor que el nuestro, más sufrimiento, total falta de afecto, más decepción, cosas terribles, dolores atroces, realidades profundamente trágicas, pésima salud, cientos de necesidades económicas insatisfechas, pobreza extrema y cero del confort de la modernidad les ha tocado.

Pero a nosotros todo nos gusta exagerarlo y exponenciarlo, hundirnos una y otra vez en lo mismo, decirnos no puedo, desarrollar cierto gusto perverso hacia el dolor, una especie de masoquismo sentimental-afectivo. Ante ello lo que debemos saber es que somos capaces, tenemos con qué, podemos superar lo que realmente queramos, siempre con la humildad de saber que jamás seremos más que Dios. El problema no es olvidarnos de él (Dios), es que él nos olvide a nosotros.

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