Este es el caso de la denominación de Ibagué como “Ciudad Musical de Colombia”, tantas veces utilizada sin conocimiento de su origen, aunque siempre presente en la cultura nacional.
En una velada cultural maravillosa, que se presentó el pasado 30 de octubre en la Sala Alberto Castilla del Conservatorio del Tolima, se descorrió el velo del origen del eslogan, tan vapuleado y puesto en entredicho por algunos ciudadanos ante la indiferencia general (pertenecí al grupo de los escépticos hasta esa noche memorable).
Un libro (quizá sea folleto porque no rebasa las 48 páginas), pacientemente investigado, no sólo comprueba la existencia del Conde de Gabriac (cuyo nombre completo era Jean Alexis Cadoine de Gabriac, 1811 - 1890), padre de la famosa frase, sino que también revela el contexto musical que propició tan afortunada exclamación.
El libro es ‘El Conde de Gabriac en Ibagué’, de Álvaro Cuartas Coymat, historiador de importantes ejecutorias en pro de la memoria histórica de la ciudad y de la región.
La música: la puesta en escena de las obras que recopiló el Conde, cuyas partituras rescató el libro de Álvaro, con los soberbios arreglos del maestro César Zambrano y presentados con la Orquesta Sinfónica y el Coro de la Universidad del Tolima.
La importancia del libro y la velada musical rebasan el simple hecho de la comprobación histórica, porque son el rescate de una identidad que había ido perdiéndose en medio de tantos olvidos y de tanta indiferencia, privada y oficial.
Una ciudad es musical cuando ha llegado a crear su propia música y ella la identifica, sin excluir el uso de manifestaciones surgidas en otros contextos culturales. De ahí mi escepticismo.
El libro me ha abierto el espíritu, pues demuestra que el Conde de Gabriac no era una leyenda ni un seudónimo, sino una persona real, y que él escuchó, y así lo demuestra la trascripción que nos hace Álvaro del libro ‘Viaje a través de América del Sur’ del Conde, unas tonadas “de un efecto extraño, completamente desconocido en Europa y no desprovisto de encanto”, que acompañaban un baile como “un pequeño ballet llamado Caña”. La caña, entonces, era la música creada en Ibagué por aquellos años, hacia la segunda mitad del siglo XIX.
Me restan dos cosas: La primera, felicitar al alcalde Luis H. Rodríguez por patrocinar este trabajo como parte de la celebración de los 463 años de Ibagué.
La segunda, rogar al de arriba (porque el de abajo no da nada) para que esta publicación se difunda profusamente en la ciudad, así como que las partituras se repartan para que otros grupos las arreglen, las monten y se interpreten por doquier.
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